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Hace un par de semanas, la Comisión de Valores de Bolsa de EE.UU. (SEC por sus siglas en inglés) premió a un informante con alrededor de un millón y medio de dólares. El individuo premiado pertenece (o quizá sería mejor decir "pertenecía") al área de auditoría de una empresa muy importante y denunció un intento de fraude de la firma a la que pertenecía. El programa se llama "whistleblower" (literalmente "el que sopla el silbato") y entrega una recompensa monetaria a quienes le entreguen información anónima que lleve a prevenir o sancionar a quienes violan la ley. Muy paja.

Uno de los obstáculos más grandes que enfrentan los reguladores y supervisores de los diferentes mercados (sobre todo de los mercados financieros) es la posición de desventaja en la que se encuentran respecto de sus supervisados en cuanto al conocimiento de los instrumentos, mecanismos, atajos y herramientas que dominan. Y eso está bien pues, de otro modo el incentivo para innovar decrecería: ¿se imagina desarrollar un producto financiero nuevo y no poder vendérselo a sus clientes sino hasta que el personal designado por el regulador se convierta en un experto en su utilización? No tiene sentido.

Por eso es una muy buena idea que las denuncias provengan desde dentro de las organizaciones y en EE.UU. esto ha resultado ser mucho más eficaz que tener cientos de inspectores. En Chile se busca incorporar este mecanismo en la Ley de Valores que se debate en su Congreso. Podríamos tener algo así aquí, donde a los reguladores se les suelen escapar las tortugas, ¿no? ¿Sr. Schydlowsky, de la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP? ¿Sra. Philipps, de Superintendencia de Salud? Y, sobre todo, ¿Sra. Rocca, de la Superintendencia del Mercado de Valores, antes Conasev?

Ojalá que los supervisados atraquen…