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Luis Davelouis: Navidad II

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Hoy, buena parte del mundo cristiano celebra el nacimiento de quien le dio nombre al movimiento que se convirtió en una de las religiones más extendidas sobre la tierra. Según cuenta la leyenda, el sujeto en cuestión fue concebido en el vientre de una virgen y nació para ser dios mismo, enviando su mensaje: el hombre es la creación suprema de dios y este quiere salvarlo de sí mismo y de sus decisiones a toda costa.

Complicado eso de comprarse el cuento de un dios que lo es, lo sabe y lo puede todo y que crea a partir de sí mismo seres independientes que no solo se portan como les da la gana, sin cumplir y menos obedecer sus designios, sino que hasta desconocen o niegan su existencia. ¿Por qué un ser supremo y completo crea algo tan imperfecto y finito con voluntad propia y luego le pide que se porte de una determinada manera o lo manda a freírse con otro al que también creó y que lo quiso derrocar? Y encima de todo eso manda a su hijo a padecer una muerte espantosa para salvar a esos malagradecidos que están fuera de su control y que son un peligro para sí mismos. No tiene el menor sentido.

Pero estamos navideños y lo importante, como decíamos ayer, no es si tal dios existe o no, sino el poderosísimo mensaje que dejó su supuesto hijo: trata al prójimo como quieres que el prójimo te trate a ti. El mensaje es, en efecto, muy bonito.

¿Se imaginan lo que lograrían en y para el mundo dos mil millones de personas (un tercio de la población mundial) pensando y portándose como el hijo del dios al que dicen adorar y seguir? El mundo sería otro, sería de hecho maravilloso. Pero no es.

Cristianos, háganse una pe…

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