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Luis Davelouis: Morirse antes
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Un día la vida le zampa a uno un combo porque se cansó de meterle cachetadas y que uno no acuse recibo. Son ya tres años desde que uno de mis hermanos se apagó. En ese entonces ensayamos 50,000 razones para justificar lo inexplicable; para, como Cervantes hizo decir a Quijano, hallar la razón de la sinrazón: una identidad perdida, un corazón roto, una voluntad acabada, una salida honrosa para un devenir injusto, feroz y humillante, un dejarse ir hasta desaparecer. Un morirse sin querer queriendo.
Porque, ¿cómo se despide uno de alguien que no se supone que debe partir? ¿Cómo se mete en la agenda lo imprevisible? ¿Cómo y cuándo es que dejamos de ser inmortales? ¿Cuándo fue que ya no pudimos liarnos a golpes con la vida y salir reventados pero airosos? Hace pocos meses la parca casi se lleva a otro de mis hermanos. Felizmente, esta vez solo fue cuestión de corregir el rumbo. Una llamada de atención menor pero poderosa. Quizá lo que le rompió el corazón al gordo hasta la muerte no fue un malamor sino los putos triglicéridos. Quizá no. Él se maleaba, nosotros no. ¿No? ¿De verdad? No lo sé, pero es lo que me permito pensar.
En la madrugada de ayer, otro hermano entró por emergencia a la clínica. Cuando le den de alta le faltarán algunos pedazos pero, con pocas excepciones y pequeños cuidados, podrá hacer su vida "normalmente". ¿Cómo es normal hacer excepciones? ¿Cómo y cuándo es que uno se convirtió en enemigo de sí mismo? ¿Cuándo es que la cuenta se hizo de este tamaño? Porque eso es lo otro: siempre nos parece desproporcionada. Más tarde o al final. Lo único más descorazonador que descubrir que uno no es inmortal es que lo descubran tus hijos mientras todavía los llevas de la mano.
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