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Luis Davelouis: La mano a la billetera
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¿Por qué hay tanta informalidad en el Perú? ¿Por qué las personas se sienten tan poco atraídas por pagar sus impuestos? La respuesta típica es que es muy caro ser formal, que es muy complicado cumplir por los propios procesos enmarañados (y amañados) que impone el sistema, que es muy difícil cumplir. Y sí, en parte lo es. Pero algo que explica mucho mejor esta resistencia a cumplir con el deber para con el Estado es la percepción de lo que este hace con el dinero que proviene del mencionado cumplimiento. Comilonas con juerga en Palacio, aviones parranderos, ministros y congresistas que se van con sus familias a hacer turismo a Europa, asesores comprando líneas editoriales, hijos y otros familiares estudiando en centros superiores ultracostosos en el extranjero o facturas por el consumo en una sentada de suficientes pollos a la brasa como para alimentar a un batallón por una semana, a cuenta de los gastos de representación del Congreso. Entre las últimas, asesores y empleados que no existen pero cobran, o el jacuzzi que solía estar dentro de la oficina del alcalde Castañeda en la sede de la Municipalidad de Lima o los US$100 mil que el Congreso se acaba de gastar en costosas billeteras de cuero de una conocida marca peruana (una que filma sus comerciales en Abu Dabi, pudiendo grabarlos en Nasca por una fracción del costo… hablamos de lo mismo). Peor aún, los servicios que brinda el Estado son, en promedio, pésimos e insuficientes: salud, pensiones, educación o seguridad. Pésimos.
¿Cómo exigir a las personas que cumplan con pagar impuestos cuando la presidenta del Congreso justifica la compra de las billeteras en el hecho –por demás inexplicable–, de que ya estaban presupuestadas? Les regalaron las billeteras para que pongan algo del billete que se van a llevar, dices…
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