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Luis Davelouis: Maldito terruco
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Nasaria empezó a trabajar en mi casa cuando yo tenía 10 años y ella rondaría apenas la mayoría de edad. Hasta ese momento, mi madre no había tenido ayuda alguna para ocuparse de nosotros, de la casa y de su trabajo. Recuerdo la historia: ella venía de un pueblo ayacuchano ubicado a dos días del camino carrozable más cercano. Sus pares decidieron que su pueblo era demasiado peligroso para que ella se quedara y, desobedeciendo la orden explícita de los miembros de Sendero Luminoso, la embarcaron en un viaje de un mes que terminaría en mi casa. Nasaria nunca volvió a ver a sus padres, los asesinó el Ejército cuando se negaron a explicar cómo se había escapado su hija. El Ejército pensaba que se había unido a Sendero. No les creyeron. Los mataron. Nadie lloró.
No hay manera de ganar una competencia en la que se mida un militar contra un terrorista matando un inocente. Tampoco manera de medir la complicidad del que calla y se hace el cojudo en uno u otro caso. Asesinos y cómplices.
El único daño colateral aceptable es el propio. Solo si uno está dispuesto a que le maten a los padres o a los hijos, le rapten a los hermanos y a los niños, le violen a las hijas, hermanas o madres; solo entonces puede hablar de un daño colateral "aceptable" o "inevitable". Si no, solo es un hijo de puta que habla como si fuera capaz de imaginar de qué tamaño es la desgracia que no tiene que cargar.
Un apologeta de terroristas –bien muertos– o un apologeta del Ejército –lleno de púberes oliendo la muerte a diario y que, ante la duda, disparaban a chicos menores que ellos– es casi siempre un cobarde ex ante y un cínico miserable ex post. Dime terruco y te demando. Me voy a marchar.
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