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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Aún no tengo candidato, pero el "pragmatismo" (así, con comillas) no me alcanza para votar por una opción "continuista" a la vista de lo que eso significa hoy, al cabo de veintipico años de la misma receta de impulsar el crecimiento económico a toda costa: institucionalidad cero, educación y salud deficientes, justicia negociable, seguridad paupérrima y un gran porcentaje de la clase media siempre al borde de regresar a la pobreza.

El primer gobierno de Fujimori nos dejó una exacerbada cultura combi que premia la percepción de "eficiencia" a cualquier costo y sobre cualquier otra consideración y que hizo posible que Castañeda regrese a la Alcaldía de Lima pese a la montaña de pruebas que señalan que está metido hasta las orejas en Comunicore. Todos los demás gobiernos, incluido este, se siguen de ahí y son evaluados según cuán pegados a la "línea" logran mantenerse.

Keiko Fujimori ofrece continuar el legado de su padre. Sigue aplaudiendo sus acciones y afirma que fue un héroe que salvó al Perú en el que fuera el mejor gobierno de la historia. En su agenda y plan de gobierno –a la fecha al menos– solo está indultarlo.

Eficiencia. Quizá ese concepto, mal entendido y mal exprimido de la nube tecnocrática, es el que caracteriza al fujimorismo porque, ¿qué más puede significar? ¿Cuál es su doctrina? ¿Cuáles sus ideas? ¿Cuál su conjunto de principios? ¿Tienen los fujimoristas algo en común que no sea el identificarse con el nombre de un sujeto que está condenado y preso por robo y asesinato –entre otros– y que está entre los siete presidentes más corruptos del mundo? Keiko Fujimori, a la que no se le conoce más experiencia laboral que haber pasado por el Congreso una vez y sin pena ni gloria, es la candidata de eso.