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Luis Davelouis: Inversiones

“El inversionista hace una evaluación de cuánto está dispuesto a arriesgar (todo negocio incorpora un riesgo mayor o menor), cuánto espera recibir a cambio de su inversión según el riesgo (…)”.

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Preguntarse qué es lo que determina que un inversionista decida entrar a un país a invertir o no es como preguntar qué determina que usted prefiera el chifa o el pollo a la brasa. Las posibilidades y las condiciones varían enormemente de un caso a otro: ¿Le gusta más el chifa que el pollo a la brasa? ¿El local está suficientemente limpio? ¿Los precios le convienen? ¿La pollería es mucho más cara que el chifa? Y así.

Lo que sí sabemos es que necesita un mínimo de limpieza, un precio máximo por cantidad y calidad determinadas y que las condiciones se mantengan, de modo que cuando le sirvan el mozo no le meta el dedo a su arroz chaufa y que cuando acabe de comer el chifa no termine saliendo más caro que haberse comido tres pollos.

El inversionista hace una evaluación de cuánto está dispuesto a arriesgar (todo negocio incorpora un riesgo mayor o menor), cuánto espera recibir a cambio de su inversión según el riesgo, su desempeño y las condiciones del mercado, esperando que estas no cambien sustancialmente –o que si cambian esto haya sido adecuadamente incorporado en la evaluación– al menos hasta que haya recuperado su inversión y una ganancia que justifique el riesgo asumido y los recursos utilizados.

Hoy está más o menos de moda que las empresas sean socialmente responsables, pero no siempre fue así ni así son todas. Hay bancos trabajando estrechamente con regímenes que violan sistemáticamente derechos humanos cuando no asesinan impunemente a sus ciudadanos cuando estos se les oponen. Hay mineras y petroleras funcionando perfectamente bien en autocracias en las que la ley cambia según el humor del dictador de turno. La institucionalidad y el rule of law solo son importantes cuando son funcionales a la obtención de utilidades.