notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Pretender que el país puede salir de su brutal atraso es improbable sin el concurso de la actividad minera. No tiene sentido sentarse sobre piedras exportables a ver morir a los niños de diarrea; es criminal y equivalente al tarado que prefiere ver morir a su hijo antes que aceptar que se le realice una transfusión de sangre porque va en contra de sus creencias religiosas. El dogma es estúpido, siempre.

La minería paga más de la mitad de todas las cuentas del Estado: desde los programas sociales y los sueldos de los burócratas, incluyendo todos los servicios que consume y que brinda el sector público, hasta el inmerecido sueldo que reciben muchas autoridades y representantes de la patria, empezando por los congresistas.

Es muy inocente pensar que la actividad agropecuaria puede (especialmente en un país como el Perú, sin pampas ni grandes llanuras) reemplazar los ingresos que el fisco dejaría de recibir si se cancela, suprime, la minería. No puede ni podrá.

Sin embargo, la minería ocupa inmensas extensiones de territorio, tiene un impacto negativo altísimo en el medio ambiente, emplea a muy pocas personas y, estrictamente, no le da de comer a nadie. En ese sentido, reconocer que es necesaria no significa aceptarla a cualquier costo ni bajo cualquier circunstancia. Además, ni a todos les tiene que gustar ni todos deben preferir vivir de ella. (Liberal siempre, pues, no solo cuando le conviene a la minera que te paga los frejoles). La actividad minera debe limitarse, también, porque debe coexistir con otras actividades económicas que sí dan empleo y que sí nos dan de comer: solo la pequeña agricultura produce el 70% de los alimentos que consumimos los peruanos. A ver, muerde un cátodo de cobre. (Volvemos con más).