Luis Davelouis: Extirpar el fujimorismo I

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El fujimorismo es difícil de definir. Carece de muchos de los elementos que hacen reconocible un proyecto político, incluyendo una visión del país que quieren en el largo plazo. Ser fujimorista es más o menos como ser hincha de la selección: instinto, "corazón", camiseta. La razón no tiene allí cabida y las ideas la tienen solo en cuanto son funcionales al único elemento que parece fundamental: ganar. Hoy, ahora, ganar.

El texto con el que Keiko Fujimori presenta su plan de gobierno puede resumirse así: sabemos lo que la gente quiere y necesita porque se lo hemos preguntado y eso es lo que ofrecemos. Eso no admite filosofía ni sutilezas. El respaldo que tiene el fujimorismo se nutre principalmente de las necesidades y expectativas insatisfechas de corto plazo de todas las personas.

Y aquí aparece otra semejanza con la selección: el NSE del hincha es irrelevante. Que tengan un arraigo tan fuerte en los NSE D y E de Lima y las regiones, así como en la Sociedad Nacional de Minería (casi todo Confiep), es impresionante (por cierto, se rumorea que en la minera Volcan circula un mail institucional interno exhortando a los empleados a votar por Keiko) y dice mucho de su pragmatismo.

El miedo es un movilizador muy poderoso. Y la pérdida es el más potente y común de los miedos. Miedo a perder el trabajo, la casa, el sustento, la vida. Pero también miedo a perder las vacaciones dos veces al año en Europa, las utilidades de fin de año, el bono, la universidad en Boston.

Tal y como muchos siguen ahorrando en dólares 30 años después de García I por miedo a la devaluación, muchos otros sienten pánico ante la posibilidad de "perder" lo recuperado o ganado tras aquel gobierno. El fujimorismo es eso: un tranquilizante.

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