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Luis Davelouis: Elecciones transparentes
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No tengo recuerdo de un proceso electoral que haya puesto más en evidencia nuestra ultraprecaria institucionalidad. No hay un solo partido político en esta carrera que pueda llamarse a sí mismo "institución" sin estar faltando en alguna medida a la verdad.
Desde los movimientos políticos convertidos –por comodidad o arranques de honestidad– en nombres, apellidos y apodos (Fujimorismo, Toledismo, Alanismo, Belaundismo, Humalismo, Verolovers, Guzmanlovers, PPKausas y PPKuyes) hasta la dramática y evidente falta de organización dentro de los partidos políticos dejan a la vista una famélica –y moribunda y redundante– partidocracia.
Hace mucho que los partidos políticos son cascarones que sirven de vía para llegar al poder o compartir un pedacito del poder de alguien más. No son personas reunidas alrededor de una visión de país, de un conjunto de ideas, de una doctrina o de una ética. Son grupos de personas con intereses o aspiraciones individuales comunes. Como enriquecerse a costa del poder que les confieren los votos, por ejemplo.
La participación política es inevitable y, a estas alturas, imprescindible si queremos que de verdad cambien las cosas. ¿Los congresistas de los partidos que se financian con dinero negro van a votar para que todos los aportes sean bancarizados? ¿Los congresistas que compran lugares en las listas al Parlamento votarán a favor de la eliminación del voto preferencial? ¿Y votarán a favor de que haya una fiscalización más eficiente de modo que se sancione efectivamente la compra de votos, sea con dinero, platos de comida, bolsas de víveres o ropa? La ley universitaria casi se cae porque en el Congreso había seis de 130 congresistas que eran dueños o tenían intereses directos en alguna universidad-negocio.
No es difícil imaginar la respuesta.
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