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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Que en un negocio te quieran cobrar de más porque te ven blanquito no tiene punto de comparación con que no te dejen entrar a ese mismo negocio porque te ven cholito. Se podrá leer redundante, pero detrás de la discriminación por el color de la piel hay implícito un desprecio histórico. Desde que llegó la escritura a estas tierras, la nuestra ha sido siempre una sociedad clasista y maniquea en el más amplio de los sentidos y en el más extremo de los casos. Frases como "la plata blanquea" no aluden a que está bien ser cholo si se tiene plata, sino a que solo la plata podría comprarle a un cholo un trato de blanco.

No se me ocurre nada más humillante que discriminar a alguien por ser algo que no puede dejar de ser, ni así quiera. Y no se me ocurre nada más brutal y perverso que apoyarse en la costumbre para justificar un orden de las cosas injustificable en pleno siglo XXI.

Insisto, argumentar discriminación inversa es cerrar los ojos a un hecho incontrovertible: hay un biotipo que se prefiere sobre otro y que se asocian, cada uno por costumbre e irresponsabilidad, con una serie de características que se han convertido en prejuicios. Y no hablamos de "estigmas inofensivos" –como si hubiera tal cosa–, sino pesadas cargas que afectan de maneras indeterminadas la vida de las personas con una piel de color "menos favorable".

El domingo, miles de personas salieron a marchar para que se respeten los derechos individuales del colectivo LGTBI peruano, pero, más que eso, para que se reconozca su existencia en nuestro cuerpo legal porque no tiene sentido darle derechos a lo que no existe. A todos los que criticaron a quienes se pusieron del lado correcto de la historia –incluyendo a este diario– les envío un abrazo. No necesitamos más violencia.