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Luis Davelouis: Corazones rotos
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La clase política, como un todo, nos ha defraudado una vez más. Ya no queda casi nadie a quien no hacerle ascos, porque las encargadas de eso (Anel, Huaroc, Susana, Lourdes, Guerra García, Lay) están con esos mismos que antes les daban cositas (Acuña, Alan, Castañeda o Urresti). La precariedad de nuestro sistema de partidos nos ha enfrentado con una seria realidad: la ética y la consistencia son un lujo.
Pero, ¿acaso ya no lo sabíamos? Después de todo, si le gusta embarrarse en el lodo, es un cerdo o un elefante acalorado. Nadie que sepa nadar se mete a la piscina pensando que no habrá de mojarse. Ningún político que sabe en lo que se mete sería capaz de decir sin ruborizarse que no se va a embarrar. O si no se sonroja, es que es un perfecto experto cara de palo.
Se confunden los que dicen que quienes apoyamos el NO en la revocatoria nos equivocamos: uno no apoya a una persona, apoya una idea, una propuesta, una institución independientemente de la persona que esté al frente, sin que tenga nada que ver la cara del que jala la carreta. ¿Es horrible que esas personas se conviertan en eso que criticaban? Claro que sí, es un espanto. Y lo más peligroso de eso es que este es el tipo de cosa que destruye la esperanza de la gente, la ilusión de que las cosas pueden ser diferentes. Y si se acaba la ilusión, se acaba todo. Mejor apagamos la luz y nos vamos. Si ya no queda nada que hacer, sálvese quien pueda, la ley del más fuerte y del más vivo. Más o menos como hasta ahora. En palabras del fiscal Harvey Dent: "O mueres como un héroe o vives lo suficiente como para convertirte en un villano". ¿Quedarse en la telenovela o morir? Escoge.
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