Alarmismos aparte, hay una preocupación legítima entre los afiliados al sistema privado de pensiones (SPP) y deberían compartir los afiliados al sistema nacional (ONP): no tienen idea de a cuánto ascenderá su pensión ni si el monto que resulte de las simulaciones tendrá el mismo poder adquisitivo dentro de 5, 10 o 15 años. Los que aportamos a una AFP no sabemos cuánto nos va a tocar y los que aportan a la ONP no saben si acaso les va a tocar.
El primer caso depende de una serie de factores que no pueden ser enfrentados solo con políticas o medidas internas, dado que los rendimientos de los instrumentos en los que invierten las AFP en todo el mundo han caído –en un entorno de tasas de interés muy bajas–, pero en el que definitivamente debe realizarse un replanteamiento de la relación entre la comisión que las AFP les cobran a sus afiliados por administrar sus fondos y el rendimiento que consiguen para estos.
El rendimiento promedio del fondo de las AFP supera por poco el 7% al año. Hay quien dice que hubiera dado lo mismo si el dinero se depositaba en una cuenta a plazo fijo, pero no es exacto: el banco no cobra por un depósito a plazo fijo mientras que la AFP cobraba en promedio el 20% del monto aportado (pero al menos uno sabía cuánto estaba pagando. Hoy, ¿sabe?).
Como me decía un amigo economista: en el Perú, el problema que tenemos es que las AFP tienen todas las características nocivas de un cartel: pocos agentes, barreras a la entrada, producto difícil de entender por los consumidores, etc. Y los resultados se ven ahí: lo que se paga en comisiones (el precio del servicio) es astronómico. El mercado cautivo que tienen las AFP debe desaparecer para que de verdad se pueda dar una competencia.
Mañana seguimos.