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Entre lo que presionará el crecimiento a la baja el próximo año tenemos: 1) Un proceso electoral en ciernes. La incertidumbre que esto genera se traduce en una desaceleración de la inversión privada que desde hoy anda coja. 2) Un fenómeno de El Niño que trae un 75% de probabilidades de ser fuerte. Esto, por sí solo, le podría restar hasta un punto al crecimiento del PBI: si se preveía crecer 3.5% el próximo año, con El Niño creceremos 2.5%. 3) Los inventarios de las empresas son muy altos (entre 2.5% y 3% del PBI cuando suelen estar alrededor del 0.6%). Esto significa que no se pudo vender todo lo que se produjo y se quedó en almacén. Esto fuerza a las empresas a producir por debajo de su demanda para eliminar las existencias en un contexto en el cual la demanda internacional tampoco se habrá recuperado.

A esto hay que sumar que la continua subida del dólar y El Niño empujarán al alza (sí, todavía más) los precios, especialmente el de los alimentos. Baja inversión, desempleo, descontento y frustración (más).

El gobierno viene gastando como mejor puede, pero es insuficiente. Registramos un déficit fiscal de 3% para este año y somos uno de los pocos países de América Latina que está utilizando sus ahorros para contrarrestar la desaceleración. El déficit debería ser producto de un proceso de gasto e inversión mucho mayores, pero, en realidad, responde a dos hechos puntuales: la caída de los ingresos del fisco por los precios bajos de los minerales y por la rebaja del Impuesto a la Renta a los trabajadores de 5ta., 4ta. y 3ra. categoría. Es decir, a los cuatro gatos que sí ahorran, con un muy pobre impacto sobre el consumo. Ejecutar cinco o seis megaproyectos de inversión pública en infraestructura es urgentísimo. ¿Podrán Humala y Segura?