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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Hay que ser muy miope –o negligente– para no ver cuánto se parece el fujimorismo de hoy al de siempre. 'Vitocho' García Belaúnde nos dijo un día en Chicharrón de Prensa que el fujimorismo se había comportado decorosa y hasta diligentemente durante los tres gobiernos en los que formó parte de la oposición; sí, tal vez porque no le quedaba más remedio. "Pero no tenemos idea de cómo se comporta un fujimorismo con una mayoría absoluta". Ahora ya tenemos idea y ejemplo: Mototaxi.

Con la consigna de reemplazar la narrativa de la realidad con una de su propia hechura, el fujimorismo no tolera ni puede tolerar que se le contradiga. Para ellos, negociar era una necesidad que jamás devino en vocación. Hoy, con 72 escaños, el fujimorismo "puede" imponer su versión de la realidad sin ninguna consideración adicional.

Por eso, el fujimorismo llama odio al recuerdo: solo quien odia se le puede oponer, no hay que contraargumentar, no hay que debatir ni demostrar nada de nada. Por eso no ataca ideas ni hechos sino personas y, por eso, las insulta y agrede buscando desacreditarlas, hundirlas en el mismo fango del que proviene ese movimiento, la corrupción, el gran ecualizador del corrupto.

Si la lista de atropellos estuviera circunscrita a los 90, entonces, quizás, podrían alegar algo de "inquina" o "animadversión". Pero no. El comportamiento de bulldozer, de combi asesina con su sticker de mototaxi en el parachoques es el mismo, y me atrevo a augurar que lo seguirá siendo. Aplastarán a todo aquel o aquello que se interponga en su camino. Y mantendrán rehenes en sus filas hasta que dejen de serles útiles o los destruirán si osan "traicionarlos" al seguir sus propios principios. Veremos, Chlimper dixit.