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Luis Davelouis: ¿Y tú quién eres?
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Esa es la pregunta que pretende invalidar cualquier opinión contraria a lo que uno cree o piensa. Hace años un jefe me dijo: "Más importante que lo que sabes es a quién conoces", versión del "is not what you know, but who you know". Y en el Perú se cumple cabalmente.
Mi amiga María Luisa del Río escribió una columna en la que decía que Keiko Fujimori ni siquiera puede ostentar la única virtud que se le puede reconocer al padre: su capacidad de trabajo, la de estar presente en el último rincón del país aunque sea para hacer clientelismo puro y duro.
Uno puede estar de acuerdo o no con María Luisa, pero el calibre de algunos comentarios en las redes sociales era deprimente. Cierto, la mayoría anónimos o individuos de identidad dudosa o encubierta –tan cobardes como esos que se disfrazaron de mujeres en el Titanic para poder subirse a un bote y salvar el pellejo en lugar de un niño o una mujer–, pero rebotados por personas de verdad, esos que tiran la piedra ajena y esconden la mano; esa otra clase de cobarde.
Un comentario llamó mi atención más que el resto: "¿Y quién es María Luisa del Río?". Ni una palabra sobre la idea de fondo, ni una sílaba para desarmar el argumento de una columna que describe la relación entre el fujimorato y las comunidades de la selva. ¿Nos hemos acostumbrado tanto a los ad hominem que ya no interesan argumentos ni ideas?
He aquí una idea, manga de lamentables brutos con teclado: "Las grandes mentes discuten ideas. Las mentes promedio discuten cosas. Las pequeñas mentes discuten sobre gente". Lo dijo Henry Thomas Buckle hacia finales del s. XIX y lo recogieron innumerables personajes hasta llegar a Eleanor Roosevelt, cuya suegra tenía una muy mala impresión de su nuera.
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