(Foto: Violeta Ayasta/GEC)
(Foto: Violeta Ayasta/GEC)

Esta columna es una osadía, dada la condición de caviarólogo de Aldo. Pero en la ciencias políticas no existen leyes de hierro y, a mi parecer, la palabra ‘caviar’ necesita ser actualizada a la luz de la histeria política reciente.

Se les ha venido diciendo caviares a quienes son de izquierda, defienden las libertades políticas y los derechos de las minorías, tienen a la doctrina de los DD.HH. como su tótem y son dueños de un “molestoso” tonito moralista. Pero, por sobre todo, son pitucos y frívolos: conversan sobre la redistribución de la riqueza y el matrimonio igualitario remojando su piadina en algún café sanisidrino. Vanidades de una clase aburguesada. Hasta aquí muchos coincidirán. ¿Para qué dedicarle una columna a este refrito?

Pero recientemente Keiko y Vizcarra se unieron en una de esas paradojas preñadas de un humor extraño para dar a luz a un nuevo tipo de caviar: el institucionalista. Eufemísticamente el caviarón, el filocaviar.

El inefable papel que el fujimorismo jugó en el Congreso anterior, sumado al discurso anticorrupción y de construcción de un Estado institucional del Lagarto (ahora sabemos que era una careta), allanó el camino para la ampliación del concepto de caviar. ¿Los rasgos de estos nuevos caviares? Suelen ser antifujimoristas, liberales en lo económico (ya no de izquierda), pero están hartos de la corrupción y creen que para desarrollarnos no basta con crecimiento, sino que se necesitan instituciones sólidas y Estado de derecho. Siguen siendo pitucos, por supuesto, y progres, pero no necesariamente tienen una opinión formada sobre los DD.HH., o son de la PUCP o están metidos en la nota onegeísta.

Es gente que no votará por la izquierda o por algún mamotreto de derecha autoritaria, conservadora y corruptoide con tal de preservar el sistema, pues lo que quiere es un capitalismo moderno, democrático y liberal.

Quizás sean unos idealistas pero, en aras de la pluralidad, ¿acaso no necesitamos un poco de eso en política?

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