(GEC)
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El primer golpe de Estado lo intentó el favorito Lucifer. Miguel, otro arcángel, lo arrojó a las tinieblas. No pudo ser el Dios de los cielos, pero a su modo lo es de los infiernos. El libro de Enoc cuenta esa rebelión. A partir de allí, nuestra religión fue dual: virtudes o pecados, ángeles o demonios. Nada nuevo, casi todas las religiones también lo son: premio y castigo, yin y yang. Esa dualidad lo invade todo. En Pinocho (Disney, 1940), por ejemplo, la marioneta miente compulsivamente. Pepe Grillo se convierte en su conciencia. Se lo canta en “Dame un silbidito”: cuando estés en líos / por tu bien o por tu mal / dame un silbidito / y tu conciencia mandará. Un detalle: solo somos el campo de batalla entre el bien y el mal, apenas tenemos el rol secundario de ayudar a que el bueno gane. Pero la lucha es individual. Aunque la religión se vive socialmente en misas y procesiones, la ética termina siendo un tema personal. Incluso a ese nivel se flexibiliza; el sacramento de la confesión es una amnistía permanente que limpia culpas a cambio de jaculatorias o rosarios.

Por la Constitución somos un Estado laico y está bien. Las iglesias no deben intervenir en política. Pero no hemos sabido cómo trasladar las virtudes religiosas a la vida social. La consecuencia es que vivimos la esquizofrenia de ser buenos feligreses y malos ciudadanos. La muestra más dramática es la informalidad, que, en esencia, es la desobediencia a las leyes. Lo hemos sufrido en la cuarentena. Fuera de los circuitos financieros, a los informales no les llegó el subsidio a tiempo y tuvieron que tomar las calles para subsistir. Con un 70% de la población sin trabajo formal, no hay una masa mínima de aportantes para garantizar estándares de calidad en salud y pensiones razonables de jubilación.

Crear trabajo para formalizar tampoco es fácil. Sin capacitación laboral, la competitividad es mínima, el salario es bajo y no hay para pagar aportes y contribuciones.

Mejorar la educación toma generaciones y, mientras tanto, ¿qué? Sume usted que tendremos recesión, baja recaudación fiscal, déficit y mayor deuda. ¿Cómo transitamos estas vacas flacas? En lugar de debatir ese tema, seguimos rezando para que algún ángel caído gane las elecciones y nos regrese al paraíso perdido. Así no es. Si de salvación terrena se trata, eso pasa por compromisos colectivos. Que tengan su dosis de bondad, de ética, de virtudes cardinales, de caridades cristianas, lo que quiera, pero sobre todo que sean eficaces y sostenibles en el tiempo como políticas públicas. Amén.