César Luna Victoria: "Levantando la intolerancia regresamos a las etapas más oscuras, donde se quemaba gente solo porque la verdad nos daba miedo". (Hugo Curotto / @photo.gec)
César Luna Victoria: "Levantando la intolerancia regresamos a las etapas más oscuras, donde se quemaba gente solo porque la verdad nos daba miedo". (Hugo Curotto / @photo.gec)

Si la mujer y el hombre son la obra máxima de Dios, la Tierra debía ser el centro del universo. Así lo confirmó Ptolomeo, quinientos años antes de Cristo. Pero dos mil años después Copérnico lo corrigió. El centro era el sol. La Tierra solo era uno de los tantos planetas que giran a su alrededor. Los Papas y su curia, que tenían poder, riqueza y, sobre todo, información, fueron de los primeros en conocer la nueva verdad. Ahora su problema era ¿cómo explicar que la Tierra ya no fuese el centro? Cien años después, Galileo retoma la teoría de Copérnico, pero le ordenan no difundirla hasta conciliar Biblia y ciencia. Durante 16 años expuso sus avances al Papa y los publicó cuando creyó que lo habían autorizado. Pero no fue así y lo juzgaron.

Para defenderse no tuvo que retractarse de sus conocimientos, solo argumentó la tesis del error al desobedecer. Por eso es muy poco probable que al final del juicio murmurara “…y sin embargo, se mueve”, porque los cardenales que lo juzgaban sabían muy bien que la Tierra se movía. No obstante, aunque la frase no hubiese sido dicha, se hizo famosa. La historia convirtió el caso de Galileo en el juicio contra la verdad y a sus jueces en el símbolo de la intolerancia. En esa simbología, los jueces de Galileo resuelven contra la verdad, lo que es grosero; sabiendo que es verdad, lo que es perverso.

Uno de los problemas más serios que tenemos para acordar políticas públicas es que nos sobran jueces de Galileo. Ahora último, a consecuencia de las protestas, se derogó la Ley Agraria. Al día siguiente, los trabajadores rurales ganaban menos. El Ministerio de Trabajo tuvo que recomendar a las empresas que adelantaran remuneraciones para que no hubiera más protestas. Todos sabían que el problema no era la ley. Pero era mejor unirse a la falsa creencia de que ella era la madre de todos los problemas que defenderla.

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Pasa lo mismo con los temas de reforma electoral: la posibilidad de reelegir autoridades, el Senado o la inmunidad para los altos funcionarios, allí no está la causa de la corrupción. O con el régimen económico de la Constitución, la libertad de precios y la disciplina fiscal, allí tampoco está la causa de la pobreza. Hay una debilidad por lo políticamente correcto y por quedar bien con lo que pregonan redes y élites de opinión. Conocer la verdad es relativamente fácil. Lo difícil es aceptarla, difundirla y defenderla, aunque no guste.

Levantando la intolerancia regresamos a las etapas más oscuras, donde se quemaba gente solo porque la verdad nos daba miedo.

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