Lo que nadie te dice de los hijos

Fecha de publicación: 04/08/2025 – 7:00

Los hijos vienen acompañados de una serie de frases comunes que nuestra cultura suele decir respecto a ellos, muchas de ellas cargadas de cariño, esperanza y excesiva idealización. Y a lo largo de la vida estas mismas frases se van “afinando”, van encontrando su propia verdad. Quédate hasta el final de esta página y te cuento mi mirada sobre la razón de ser de nuestros hijos en nuestras vidas. Desde ya te digo que algunas frases te parecerán incómodas, otras te harán algo de sentido. Toma nota de las que te incomodan porque ahí hay información para ti.

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FRASES QUE TE DICEN (y te las crees) CUANDO VAS A SER PAPÁ/MAMÁ POR PRIMERA VEZ, Y TAMBIÉN LAS DICEN LOS QUE NO TIENEN HIJOS:

“Los hijos son una bendición de Dios”, “Los hijos vienen con un pan bajo el brazo”, “Un hijo es un pedacito de cielo en la tierra”, “Tener hijos es conocer el verdadero amor”, “Los hijos son la alegría del hogar”, “Los hijos te cambian la vida para mejor”, “Los hijos dan sentido a la vida”, “Un hijo es el reflejo del amor de los padres”, “No hay amor más puro que el de un hijo”, “Los hijos son nuestro legado en el mundo”, “Quien tiene hijos nunca está solo”, “Un hijo es la sonrisa de Dios en la familia”, “Ser padre/madre es el mayor regalo de la vida”, “Los hijos llenan la casa de risas y alegría”, “Los hijos traen esperanza al corazón”.

Luego, cuando los hijos crecen y te comienzas a vincular con otros papás y mamás, te das cuenta de que las frases respecto a las bendiciones sufren un drástico ajustón. Ya no son tan amelcochadas, sino más bien un poquito amargas, pero solo un poquito, el equivalente a tres gotitas de “amargo de angostura” en tu pisco sour, digamos las necesarias para ponerte en contexto y comenzar a darte cuenta en lo que te has embarcado y de que ya no hay marcha atrás.

FRASES QUE TE DICEN PADRES Y MADRES QUE YA TIENEN HIJOS ENTRANDO EN LA ADOLESCENCIA:

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“Hijos chiquitos, problemas chiquitos; hijos grandes, problemas grandes”, “Criar hijos es criar ingratitud”, “Tienes hijos y nunca más volverás a dormir”, “Los hijos te vacían los bolsillos y te llenan la casa de ruido”, “Tener hijos es perder la libertad para siempre”, “Los hijos vienen sin manual y se van sin pedir permiso”, “Cuando son pequeños te agotan, cuando crecen te estresan”, “Los hijos son prestados: un día se van y te dejan la casa vacía”, “Ser padre es vivir con miedo toda la vida”, “Tener hijos es aprender a vivir cansado”, “Los hijos cuestan más de lo que imaginas”, “Los hijos te revientan la paciencia”, “La crianza es el trabajo más difícil y peor pagado del mundo”, “Cuando son bebes no duermes, cuando son adolescentes duermes menos”, “Tener hijos es vivir con culpa permanente”.

Adoro a mis hijos, tengo tres. Y de alguna manera u otra siento que me encuentro en cada una de las frases anteriores. Tanto en las maravillosas del inicio como en las incómodas del segundo grupo. De pronto, con el pasar del tiempo, un poquito de reflexión y autoobservación, comienzo a notar que cada uno de mis hijos todo el tiempo despierta en mí el hijo que yo también fui, o más profundo aún, el niño que fui y lo que sentía cuando no estaba siendo escuchado o necesitaba una dosis de amor que en ese momento no estaba disponible para mí. Apego seguro.

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Entonces, lo primero que se me ocurre es que mis hijos funcionan como un espejo que me muestra lo que estoy sí o sí necesitando trabajar en mí con carácter de urgencia. Y eso me duele, pero es necesario. Así las cosas, en este recorrido llamado paternidad que inicié hace diecinueve años, sanar la relación con mis padres ha sido el punto más importante en mi agenda diaria, tomarlos como son, entendiendo y viviendo en carne propia que no hay paternidad perfecta, y entonces desde ahí liberarme de cualquier carga emocional respecto a ellos.

Cada cierto tiempo me pregunto: ¿quién soy yo cuando soy papá? ¿Quién estoy siendo en esta situación respecto a mis hijos? Y siempre, siempre, siempre la respuesta es la misma: estoy siendo ‘Chino’ o ‘Puchunguito’ (así me decían de niño); es decir, estoy reaccionando desde el niño todavía no resuelto y que, por ende, no está permitiendo darle paso al adulto que necesito ser.

Cuando sobreprotejo a mis hijos, en realidad estoy siendo el niñito ignorado en alguna de las tantas situaciones que vienen a mi mente. Cuando me pongo desmesuradamente rígido es porque fui también exigido de niño en cosas que no correspondían, y la única vez que pretendí la obediencia absoluta, sin chistar y sin derecho a réplica por parte de mi hija mayor, fue porque muy en el fondo estaba todavía gritando el niñito humillado que ahora de adulto buscaba el poder. ¿Quiero repetir mi historia en ellos? DE NINGUNA MANERA.

LOS HIJOS NO VIENEN A: no vienen a hacernos felices; si tu felicidad depende de tu hijo, le estás poniendo una carga que no le corresponde. No vienen a salvar la relación de pareja; todo lo contrario, ponen en evidencia lo que hay que reparar. No vienen a cumplir nuestros sueños frustrados; no son tu segunda oportunidad de lo que no lograste en tu vida. No vienen a cuidarnos de viejos; el amor no debe nacer nunca desde la deuda u obligación. No vienen a darnos orgullo social. No vienen a sostener la economía familiar; no son tu AFP. No vienen a obedecernos siempre; un hijo sano necesita cuestionar y diferenciarse de ti. No vienen a validarnos como buenos padres… Hijo exitoso equivale a buen padre/madre no es real; tu valor como persona no depende del desempeño social de tu hijo. No vienen a ser nuestra compañía emocional porque, si es así, dejará de vivir su propia vida. No vienen a llenar la casa de alegría; también traen cansancio, caos, frustración y eso es parte de su humanidad. No vienen a quedarse para siempre con nosotros; todo lo contrario, necesitan libertad.

LOS HIJOS NO VIENEN A HACERNOS FELICES NI A COMPLETARNOS: VIENEN A MOSTRARNOS QUE NECESITAMOS TRABAJAR EN NOSOTROS PARA AMAR DE VERDAD.

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