Lo moral y lo presidencial
Lo moral y lo presidencial

Esta es mi última columna en Perú21 y me toca despedirme –agradeciendo a la directora y a su equipo por la valiosa oportunidad– en medio de una grave crisis política que podría desembocar en la vacancia del presidente Martín Vizcarra.

No interesan las simpatías subjetivas, debemos ver esto en perspectiva. La presidencia es la jefatura del Estado, no solo del gobierno. Por eso tiene protecciones especiales: inmunidad hasta que culmine el mandato –incluso para delitos mucho peores que los discutidos hoy–, y causales de vacancia restringidas y objetivas. La “incapacidad moral” se refería en su origen a la mental, y no pretendía dar al Parlamento, como se entiende hoy, la prerrogativa exorbitante de juzgar moralmente al presidente. Esa práctica parlamentaria, forjada espontáneamente, es una aberración constitucional si se mira la lógica presidencialista de la carta (que busca proteger la estabilidad presidencial incluso ante acusaciones más graves).

Escribí en 2018: “Lo que define al parlamentarismo es que dependan del Parlamento el origen y la permanencia del Poder Ejecutivo. Hoy… nadie discute que el Parlamento tiene la sartén por el mango. O sea, ya se cumple uno de los dos requisitos del parlamentarismo”. Si un presidente tiene 87 votos en contra en el Congreso, por el motivo que sea, deja de ser presidente. Miremos el futuro: si ese va a seguir siendo nuestro modelo, con partidos debilitados y desinstitucionalizados, la gobernabilidad va a ser cada vez menos viable. Más allá de Vizcarra, si no se restringe o elimina esta figura, nos vamos a convertir en el Ecuador de la década del 97 a 2007: 6 presidentes, con mandatos de entre pocos días y máximo 3 años. Y el ciclo se cerró con el autoritarismo de Rafael Correa.

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