(RenzoSalazar/Perú21)
(RenzoSalazar/Perú21)

Nicolás Maduro representa la negación de todos los ideales de quienes consideramos que la democracia republicana es el sistema que debe regirnos.

Se ha sentado en la separación de poderes, ha secuestrado la libertad de expresión y ha domado vilmente a la libertad política a punta de fusil. Los eufemismos ya no le alcanzan para disfrazar su satrapía: es un tiranuelo latino de manual. Lo curioso es cómo el gobierno peruano ha actuado mirándose el ombligo.Empecemos por decir que si vamos a dejar de invitar –o a desinvitar, mismo quinceañero– a Maduro por convicciones democráticas, vendría ya siendo la hora de cursar una carta del mismo tipo a Raulito Castro que, con su hermano mayor –más avispado, pero ya finadito–, viene aplicando la misma receta en Cuba desde hace 60 años. Y preguntarnos entonces por qué recibimos a Xi Jinping colocándole la Orden del Sol. Porque en China tanta democracia tampoco hay.

Agreguemos: si el presidente considera tan aberrante eso de censurar medios, concentrar el poder y hacer interpretaciones auténticas de la ley para perpetrarse en el poder, quizá indultar a Fujimori no es el mejor precedente antes de rechazar a Maduro. Pero ya, no seamos tan duros. La consecuencia es en la tierra del inca un bien más escaso que el oro; más Tongo y menos Bismarck: tratemos de ver esta crisis desde una perspectiva regional.

¿Qué necesita un dictador tropical dos meses antes de celebrar “elecciones” y camuflar su treta? Un enemigo común, un elemento externo que le permita abrazar los colores de su bandera y esconder sus barbaridades detrás de un mito. Una excusa para levantar el polvo gritando que hay un complot urdido desde la CIA para detener el curso de la revolución, el rumbo de la historia. Muy bien. ¿Quién creen que le ha proporcionado a Maduro el guion perfecto para su farsa?

Ese gobierno lejano que, medio lelo, invita y luego desinvita. Que no entiende que las relaciones diplomáticas son ajedrez y no matagente. Que es capaz de armar su estrategia pensando en la aprobación de los peruanos antes que en el hambre de los venezolanos. Los encuentros de este tipo sirven exactamente para abrir los espacios de ataque político que los dictadores eliminan en sus tierras. ¿No hubiera sido formidable que la canciller Aljovín le diga a Maduro todo lo que le dijo ya, pero en su cara?

Pero no, Lima era una fiesta.

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