El nuevo videoclip de Carlos Vives exhibe espacios turísticos de Lima debido al contrato firmado con Prom-Perú. (Captura: YouTube)
El nuevo videoclip de Carlos Vives exhibe espacios turísticos de Lima debido al contrato firmado con Prom-Perú. (Captura: YouTube)

Estuve siguiendo la polémica en torno al video de Carlos Vives y me queda claro que el asunto tiene más aristas que el millón de dólares invertido por Promperú. Estoy dispuesto a creer que ese monto representa solo una fracción de los beneficios económicos que se generarán con la difusión del video. Además, en un mundo cada vez más ‘instagrameado’, donde al colocar filtros a las imágenes todo se vuelve falsamente idílico, puedo imaginar que una idea como la del video con una Lima irreal funcione comercialmente. Finalmente, en términos de los marketeros, se trata de un ‘product placement’ en un video musical, no un documental. Seguro será visto por millones y Promperú cumplirá con su objetivo: proyectar una imagen del Perú atractiva para el turismo y los negocios.

Algo que se ha discutido poco, sin embargo, es cómo el video se concentra en espacios públicos de Lima que sistemáticamente han sido reducidos por decisiones del propio Estado y una desregulación rabiosa que permite que todo se compre y se venda. Irónicamente, el video comienza en la última playa de arena de Barranco, Los Yuyos, que si no fuese por vecinos inagotables, en este momento estaría concesionada y mutilada. Lo mismo con los barrios que evocan una Lima histórica que están desapareciendo bajo zonificaciones entregadas al mejor postor y por el olvido de las autoridades. La Costa Verde es otro ejemplo de esta realidad.

La mitad del video en cuestión sucede en lugares privados porque, valgan verdades, buena parte de los espacios públicos en Lima son para llorar. Entiendo la defensa del video y del trabajo de Promperú, pero no darse cuenta de que el Estado busca promover una ciudad que el propio Estado destruye es el camino seguro para que dentro de poco no quede nada para mostrar.

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