Los intocables. (Foto: Andina)
Los intocables. (Foto: Andina)

La primera dama, Lilia Paredes, y el presidente Pedro Castillo han plantado, en los últimos días, a la fiscal de Lavado de Activos, Luz Taquire.

Primero fue la esposa del mandatario, a quien no le corresponde ningún tipo de inmunidad. Fue al despacho fiscal y se negó a declarar sobre el tema del presunto pacto entre el profesor y César Acuña, del que habló Karelim López, que posibilitó hacer “trámites” posteriores sobre la tesis de maestría, que ahora ya sabemos que tiene casi 50% de plagio. No contenta con ello, se dio el lujo, asimismo, de impedir, junto con su abogado, que la magistrada siquiera se atreviera a formularle las preguntas y proseguir con la diligencia, como manda la ley.

Castillo, por su parte, hizo ayer algo parecido. No aceptó el interrogatorio sobre los casos de corrupción en los que lo ha implicado la colaboradora eficaz a raíz de sus propios actos, y exigió acogerse a la prerrogativa de que se le envíen las preguntas. Claramente un abuso de ese derecho.

Así, quien suele jactarse en público, respaldado por la grita de sus portátiles, de quizás “haber metido la pata pero no las uñas”, escudándose en su investidura, decide no aportar nada a una investigación fiscal sobre presuntos hechos de corrupción. Actitud que, desde luego, apunta exactamente en dirección contraria de lo que dice, generando, con ello, mayor número de dudas y especulaciones sobre la proclamada limpieza de sus uñas.

Pero, más allá del súbito terror del mandatario a enseñar las manos, el mensaje parece ser inequívoco: el gobierno no colaborará con la justicia. Y mucho menos con el esclarecimiento de posibles sobornos y negociados ‘a la sombra’ para obtener prebendas burlando los procedimientos que establece la legislación.

La cerrazón de la pareja presidencial constituye una nueva afrenta al país, dos leguleyadas –propias de mafiosos y curtidos delincuentes– que los desnudan moralmente ante la opinión pública y fortalecen las sospechas de inconductas. De más está decir que estas maniobras elusivas demuestran, una vez más, que el Perú ha caído en las garras de una tropa de zamarros, cuyos capitostes siguen operando cómoda y cínicamente desde Palacio.