La polémica generada por una obra en la PUCP ha producido que se discuta la esencia de la libertad de expresión. El afiche publicitario de esta obra claramente representa una burla hacia la Virgen María. El problema es que en esta universidad se ha permitido todo tipo de expresiones “artísticas” a tal punto que varios alumnos olvidan que es “pontificia” y “católica”.
Tras suspender el festival, muchos “progresistas” e izquierdistas han denunciado una censura y asegurado que el arte jamás debe ser censurado. El problema de estos mártires de Twitter es que solo piden libertad para las cosas que les gusta, pero para lo demás exigen la censura del Estado. No olvidar que ellos fueron los primeros en solicitar la censura a obras que consideraban “ofensivas” como La paisana Jacinta.
En primer lugar, la PUCP es una institución privada, con reglamento y estatuto que los alumnos aceptan respetar cuando se matriculan. En ese sentido, esta casa de estudios tiene todo el derecho a permitir o no cualquier tipo de actividades, siempre y cuando no vulnere el contrato con los alumnos.
En el ámbito público, fuera de instituciones privadas, la libertad de expresión debe ser absoluta. Uno debe poder expresar lo que piensa, así se ofendan conservadores, progresistas, liberales, minorías o mayorías. Por ello, la obra cancelada podría presentarse en otro lugar donde no vulnere acuerdos entre privados.
El problema es que muchos creen que si una opinión “ofende” a un grupo —sobre todo si es progresista— merece la censura del Estado, incluso si son bromas. Estos grupos critican mucho al catolicismo, pero los que suelen pedir que se aplique una censura inquisitoria son los progresistas.
Varios consideran que prohibir discursos u opiniones protege a la sociedad de radicalismos. Pero no hay que olvidar que cuando surgieron los nazis, en Alemania ya había leyes contra los “discursos de odio” y estas no impidieron que Hitler consiga adeptos, sino que el discurso se movió en las sombras sin que nadie pueda desbaratarlo públicamente.
No obstante, izquierdistas y progresistas se han adueñado del término “discurso de odio”, asegurando que buscan proteger a la sociedad, y lo usan para censurar todo discurso que, subjetivamente, les resulte ofensivo, a pesar de que sea sobre cosas que hasta hace una década eran sentido común, como migración, género, salud…
Las sociedades deben tener la madurez para enfrentar opiniones que puedan ofender a algunos o simplemente ignorarlas, porque la libertad de expresión de uno no termina donde empieza la susceptibilidad de otro.