El condenado Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, y el candidato presidencial Pedro Castillo durante una actividad en Huancayo a fines de marzo. (Foto: Perú Libre)
El condenado Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, y el candidato presidencial Pedro Castillo durante una actividad en Huancayo a fines de marzo. (Foto: Perú Libre)

Siete candidaturas disputarán mañana el pase a la segunda vuelta. Ninguna ha logrado conquistar realmente al electorado. Ninguna alcanza siquiera el 15% en la intención de voto. No hay un solo liderazgo que mueva multitudes; hay un montón de cabecitas y cada una se sostiene en un puñado de electores.

La fragmentación electoral que se advierte nos depara un futuro todavía más inestable que el presente que vivimos hace, por lo menos, cuatro años.

Aun así, las cosas podrían ponerse peores si, a consecuencia de la fragmentación, alguna de las ofertas más extremistas llegara a colocarse en el partidor de la segunda vuelta.

Desde la Semana Santa, el nombre del candidato Pedro Castillo empezó a aparecer en los sondeos que, por una absurda ley electoral, en este momento no se pueden publicar.

Parado en el extremo más violento de la izquierda, Castillo propone desactivar el Tribunal Constitucional, la única institución jurídico-política que impuso discreción y alguna sensatez en nuestro país en medio de la crisis y el encono de los últimos tiempos.

Convocar a elecciones para una nueva constituyente, pero aclarando que esa asamblea funcionaría bajo los términos que impondría su partido: “Esta asamblea debe integrarla el 60% el pueblo organizado, las organizaciones sindicales, populares, los colegios profesionales y las personas identificadas con el país; y el 40%, los constitucionalistas y la clase política”, refiere suelto de huesos.

Pero, además, Castillo promete, en blanco y negro en su plan de gobierno, que el socialismo no abogará por la libertad de prensa, lo que en otras palabras quiere decir que, en un hipotético gobierno suyo, anularía la libertad de expresión y el derecho de los ciudadanos a informarse libremente.

¿Cómo haría con la tecnología? ¿La que permite prensa, radio y televisión virtual? ¿La que no podría perseguir y clausurar así no más como en sus sueños norcoreanos? El candidato Castillo no tiene ni la menor idea; la escuela primaria en la que trabaja, ininterrumpidamente hace 26 años, no tiene ni siquiera página web, y él, un profesor que pretende administrar el país, ha sido incapaz de gestionar lo mínimo para sus alumnos.

Por supuesto, Castillo promete expropiar toda la industria extractiva y los servicios de transporte. Anular los tratados de libre comercio y hundir a las empresas privadas que son las que dan trabajo formal y sostienen con sus impuestos buena parte de los gastos del Estado.

Defiende a capa y espada la corrupción de su socio y aliado Vladimir Cerrón, pero no le falta energía para acusar de corruptos a tirios y troyanos.

Lo que no admite en público es que, en sus horas más oníricas, se imagina a sí mismo sobre su caballo y con su látigo de rondero en la mano, repartiendo latigazos a las mujeres independientes, a las madres solteras, a los integrantes de la comunidad LGTB, a todo el que se atreva a pensar por sí mismo o a cuestionar su enorme y brutal incapacidad. Lo que Castillo no les dice en las entrevistas a los ingenuos periodistas que lo tratan como un humilde y abnegado profesor es que coincide con el pensamiento Gonzalo, es decir con el Movadef, el brazo político de Sendero Luminoso, por su vocación totalitaria, su angurria por el poder y su ánimo de dictador.

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