Se pagó menos impuestos, reveló Sunat. (USI)
Se pagó menos impuestos, reveló Sunat. (USI)

Se le atribuye a Benjamín Franklin la frase “en este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y de los impuestos”. No se salvan de los tributos ni los Beatles. “Taxman” (el recolector de impuestos) la escribió George Harrison cuando notó que pagaban hasta 95% de sus ingresos, gracias a un superimpuesto introducido en 1974. Nuestra versión local sería “la maldita Sunat”.

La lógica de los impuestos es simple: alguien tiene que pagar por los servicios públicos y la administración de los asuntos del Estado. Supuestamente, funciona como una puerta abatible: los ciudadanos pagamos impuestos y el Estado provee de servicios y bienes públicos (carreteras, escuelas, salud, seguridad, administración de la justicia, defensa de la propiedad privada, entre muchos otros). En muchos países, esto se da en alguna medida, pero en la mayoría no: la puerta se abre solo hacia un lado; léase, los contribuyentes pagan sus impuestos, pero el Estado no está a la altura de lo esperado.

Al final, el debate se divide en dos visiones. En la primera, es el Estado quien debe proveer de servicios y obras que nivelen la cancha social. Para ello, por obvias razones, quienes más ganan deben contribuir en mayor medida. La deficiencia de la provisión de servicios no sería por culpa de los burócratas ni de los gobernantes, sino por la falta de recursos; ergo, el cielo es el límite impositivo (y, como ya vemos, 95% les parece razonable). En la segunda, el crecimiento del tamaño del Estado es una degradación de los derechos y deberes al nivel individual; son los individuos quienes deben definir sus objetivos de vida y el Estado debe facilitar dichas expectativas, para lo cual se deben nivelar no los resultados, sino los procesos. Ergo, los niveles tributarios deben ser tales que promuevan la inversión y el desarrollo, así como iguales de tal forma que promuevan la cooperación.
Antes de entrar al debate, revisemos la historia. Impuestos existen desde los inicios de la civilización. Hay registros del pago de impuestos en Lagash, una de las ciudades más antiguas (si no la más antigua) del periodo sumerio. De paso, como en las sociedades más estatistas actuales, los pobladores pagaban impuestos por todo, hasta para enterrar a sus muertos. Desde Sumeria hasta el día de hoy, la historia de la civilización es una de reyes y dioses, guerras y cultura, pero todo financiado por impuestos. Como bien dice Charles Adams en Para bien y mal, en cualquier conflicto entre libertad e impuestos, la libertad cederá paso.

Si algo demuestra la historia, es que la manera en que una sociedad estructura sus impuestos, respecto a niveles, tipos y otras características, moldea en gran medida sus posibilidades de crecer o de caer en desgracia. El ascenso de Atenas, la caída del Imperio romano, el oscurantismo del medioevo y la caída de la sociedad feudal, la Carta Magna, la Revolución americana y la francesa, la caída de Napoleón y el milagro americano, casi todo puede entenderse por la vía de la estructura tributaria prevaleciente.

Del análisis histórico producido por Adams, cuando un gobierno impone tributos muy altos, ocurre cualquiera de las siguientes tres cosas: alta evasión, exilio a un país con menores tributos o una rebelión. Hoy sabemos que, en verdad, es mucho peor: baja productividad, inflación (en el intento de cumplir con los gastos estatales), erosión de las libertades individuales, y así. Cómo establezcamos nuestra estructura tributaria, entonces, afecta directamente los niveles de inversión y riqueza, formalización y evasión, respeto o desprecio institucional, colaboración o confrontación social, entre muchas otras.

En Perú seguimos, a pie juntillas, la famosa frase del francés J.B. Colbert, ministro de Luis XVI, que decía “el arte de recaudar impuestos consiste en desplumar al ganso obteniendo la mayor cantidad de plumas con el mínimo de graznidos”. Y por algo, entonces, nuestra informalidad es cercana al 45% del PBI y al 75% de la población económicamente activa. La evasión de impuestos en el Perú es altísima: 89% de la PEA no paga Impuesto a la Renta (IR), 50% en el IR empresarial y 71% del Impuesto General a las Ventas. En total se dejan de recaudar casi S/60,000 millones, mientras se recaudan “solo” S/94,000 millones (una evasión total de 39%). No obstante la altísima evasión tributaria, tan solo 91 personas fueron sentenciadas en 2015 por delitos tributarios. Algo está mal, ¿verdad?

Al igual que, con la calidad educativa y con la legislación laboral, el Perú necesita con urgencia una reforma de nuestro sistema tributario. Con cambios cosméticos no lograremos formalizar al 75% de la PEA, eso está claro.

Los estatistas machacan nuestra “baja” presión tributaria (el porcentaje de tributos pagados sobre la producción nacional). El problema es que la presión tributaria esconde una nociva concepción ideológica: la única manera de incrementar la presión tributaria sin ampliar la base de contribuyentes es incrementando las tasas impositivas, y en el Perú estas ya están en un punto donde desincentivan la inversión y la producción.
Recordemos: el contribuyente es consciente de la dispersión entre los tributos que paga y los servicios que recibe, así como de las dispersiones a nivel internacional. Altas tasas tributarias que no están sustentadas en un nivel de servicios y bienes públicos mínimos son una invitación a la evasión o al exilio de los negocios y los contribuyentes.

Una reforma tributaria tiene que estar centrada en tres pilares. En primer lugar, pocos impuestos y que estos sean fáciles de pagar. Si pagar impuestos es difícil, por la cantidad de información, de clases, de formularios y procesos, pues no estamos incentivando el pago. Incluso si uno desea formalizarse, si el proceso de formalización es complicado y requiere contratar a terceras personas (contadores, especialistas, tramitadores, etcétera), pues no nos debe llamar la atención que sean pocos los interesados en hacerlo. Quienes hayan pagado impuestos en el Perú saben que esto es así. Pagar impuestos en el Perú toma no menos de 260 horas al año; en Suiza son 63 horas, en Singapur 66. Check.

En segundo lugar, las tasas deben estar en niveles internacionales tomando en cuenta la oferta de servicios y bienes públicos. Nuestro Impuesto a la Renta total, sumando el personal y el comercial, es 35.6%; el promedio europeo y del Asia central es 33%, y el de la OCDE (las economías más avanzadas), 40%. ¿Es comparable, entendible, aceptable? Bajo ningún concepto. En Perú la evasión es masiva, en la OCDE es mínima, y no entraremos a comparar los bienes y servicios que proveen estos frente a lo que recibimos los peruanos. Check.

En tercer lugar, los impuestos no deberían discriminar entre ciudadanos. Existen dos maneras de lograr que los ricos paguen más impuestos que los pobres: la primera es que paguen mayores tasas impositivas los que más ganan (progresivo); la segunda es un impuesto similar, sin importar el nivel de ingresos (plano). Mientras el primero desincentiva el pago de impuestos, el segundo lo justifica: si todos pagan 10% de lo que ganan, el que gana S/10,000 paga S/1,000 y el que gana S/1,000 paga S/100. En el Perú, ya sabemos, es progresivo respecto a los ingresos. Check.

La reforma, por cierto, se basa entonces en estas tres áreas: deberíamos apuntar a un número reducido de impuestos, que facilite el pago de los mismos; a una tasa baja, de tal manera que sea más conveniente formalizarse; y que los impuestos sean planos, de tal manera que no se desincentiva el crecimiento.

Como en todo, hacer una reforma tributaria no es simple, menos aún popular. Pero mientras no la hagamos, viviremos en este espejismo, donde se ofrecen masivos servicios y obras, pero ninguna cubre los estándares mínimos de calidad.

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