Abimael Guzmán
Abimael Guzmán

Ernesto Guevara de la Serna y Lynch fue un asesino, un farsante, un psicópata con poder y armas a disposición. Bajo cualquier concepto de justicia, Guevara debió morir y pasar al olvido, o a la historia, como otro criminal. Lamentablemente, Guevara pasó a la historia como un mártir, un poeta, un rebelde que se jugó la vida para darle al pueblo un mundo mejor. El asesino Guevara es hoy recordado como el ‘Che’, y políticos, intelectuales, artistas y empresarios de todo el mundo le rinden aún pleitesía, haciéndole monumentos, produciéndole películas o recordándolo en algún discurso de agradecimiento. ¿Cómo pudo suceder algo así?

Que Guevara fue eso, un burdo asesino, está registrado. Entre su acción y la de su comando se calculan cerca de 2,000 ejecuciones. Más aún; ante decenas de líderes mundiales (y millones que escucharon su voz por radio y televisión), Guevara sostuvo ante la Asamblea de las Naciones Unidas en diciembre de 1964: “¿Fusilamientos? Sí, hemos fusilado… fusilamos y seguiremos fusilando”. En lugar de enmarrocarlo, le aplaudieron. El que se vanagloriaba de una sanguinaria filosofía de muerte es hoy recordado como un humanista. Mataba homosexuales por placer y convicción, pero se hacen polos de su cara con el arcoíris de la igualdad. Y aunque se llenaba la boca hablando del pueblo y los pobres, vivía cómodamente en una mansión con yate, piscina, sauna, salón de masaje y sala de televisión (un lujo en aquella época).

¿Cómo pudo pasar algo así? En simple, porque quienes tuvieron el deber de recordar, detallar los hechos y la historia correcta, con cifras y las ideas detrás, callaron o banalizaron ese deber. Otro grupo, más político y audaz, creó el mito, la leyenda, y hasta hoy millones viven confundidos.

¿Eso queremos hacer con Abimael y compañía? Espero que no. Así como muchos jóvenes se pasean con un asesino sellado en un polo, mañana otros se pasearán con los t-shirts de Abimael y su gavilla de delincuentes. Eso, si no asumimos nuestro deber.

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