Ni los ángeles, ni los pastores, ni los reyes de oriente fueron al establo para adorar al niño. Quien llegó fue una mujer harapienta, llena de arrugas, sucia del polvo de los caminos, color ceniza de mucho tiempo, la primera mirada en sus ojos y llorando infinitamente. María tuvo miedo, pero la visitadora ya estaba sobre el pesebre dejando un regalo. Fue entonces cuando María la vio bella y luminosa. La reconoció, madre, le dijo. Bendita, contestó Eva. Mientras tanto, el niño jugaba con la manzana mordida.

Hermoso poema, “La visitadora”, de Antonio Murciano. Pone a Eva y a la manzana del pecado original en el centro de la Navidad. Sorprende, pero no debiera. Si según la tradición cristiana Jesús vino a redimirnos del pecado, qué mejor imagen que la de Eva arrepentida devolviendo la manzana en el nacimiento mismo. La redención fue inmediata, Eva dejó de ser fea por pecado y se llenó de gracia. El final del niño jugando con la manzana debió ser suficiente, pudimos ahorrarnos el dolor de su crucifixión. La gloria debió ser su nacimiento, pero se impuso la agonía de la cruz. Antonio Machado lo dijo en otro poema, “La saeta”: ¿Quién me presta una escalera, para subir al madero, para quitarle los clavos, a Jesús el Nazareno? ¡Oh, no eres tú mi cantar!, no puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar.

En la vida hay alegrías y tristezas, nos toca un poco de todo eso, pero no al mismo tiempo. Unas épocas son buenas y otras malas. Nuestra tarea debe ser que la felicidad le gane a la tragedia. Hoy mismo hay una agenda enorme de sufrimientos: los enfermos desahuciados, los que esperan turno en los hospitales, los hambrientos en los basurales de los mercados, las víctimas de los desastres naturales, los inmigrantes que huyen de sus desastres sociales, las minorías marginadas, los niños desamparados, los viejos abandonados, las mujeres violentadas, los jóvenes sin empleo. Cada dolor tiene una cara y se hace más profundo si no se tiene la esperanza del alivio.

Mientras tanto otros tenemos comida y derechos de más. La felicidad no debiera estar en la prosperidad sino en la alegría de compartirla; o en reconocer y devolver lo que es de otros. Dicen que los ángeles no existen, pero para el que sufre cualquier alivio viene de uno de ellos. En esta Navidad deseo que, cuando haga falta, te encuentres con alguien que te haga creer que los ángeles existen o, tanto mejor, que te topes con uno de verdad. Pero sobre todo deseo que, para otros, ese ángel seas tú.

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