El sábado estuve con un grupo de jóvenes que, alrededor de un pollo a la brasa, compartieron conmigo algunas de sus ideas, sueños y frustraciones.
En el grupo había varias personas, pero entre ellos siete chicos menores de 29 años: abogados recién egresados, estudiantes y una artista. Les lancé de frente: “¿Ustedes son de los que se quieren ir del Perú o piensan quedarse?”. Con pesar, cinco de ellos confesaron su deseo de partir. La artista relató la historia de su amiga, que se fue a Europa y construyó allí un futuro porque, a pesar de su talento en la danza contemporánea, en casa las oportunidades eran escasas.
Profundizando más, una joven chimbotana que estudió en Trujillo se mostró muy preocupada por su hermanita, explicando que, aunque tiene trabajo (como todos en la mesa), el sueldo no le alcanza. Otra recién graduada dijo que no quiere acostumbrarse a sentir miedo todo el tiempo.
Mientras, los que éramos padres en la mesa escuchábamos todo esto con angustia, ellos ya parecían resignados a una realidad sin esperanza. Una de las chicas dijo que ya no quería pensar en eso, que hablemos de otra cosa. Acepté, pero hice un último intento: “¿Y qué es lo que más extrañarían si se van?”. Todos coincidieron en dos razones: la comida y la familia. Pero, a pesar de eso, no eran razones suficientes para cambiar de opinión y querer quedarse.
Es imperativo que trabajemos para que estos jóvenes encuentren razones para quedarse en nuestro país, que tengan la oportunidad de construir su futuro y sentir el arraigo que los de mi generación sí pudimos desarrollar. Que puedan hacer su vida aquí, en la tierra donde nacieron, sin verse obligados a buscar oportunidades fuera. Necesitan empleos dignos, seguridad y un horizonte claro. Cualquier otra cosa será un paliativo. Tener la comida más rica del mundo ya no es suficiente. Prefieren extrañarla a quedarse estancados.
Mientras las élites políticas se pelean por tonterías, estamos perdiendo a las personas que hacen que todo tenga sentido. Sin nuestros jóvenes soñando, creando y construyendo en su propia tierra, el Perú se vacía de futuro.
Pero aún podemos cambiar esto. Estamos a tiempo de darles razones para quedarse, de transformar su resignación en esperanza y su deseo de partir en ganas de luchar por un país que los valore. No basta con la mejor comida del mundo; debemos ofrecerles oportunidades reales, seguridad y un futuro digno.
El Perú no puede seguir siendo un lugar que se ama desde la distancia. Necesitamos que vuelva a ser un país donde valga la pena quedarse. El tiempo es corto. Hagamos que suceda.
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