La presidenta Dina Boluarte nuevamente lleva al límite la Constitución, al presuntamente haberse sometido a una cirugía estética sin avisarle al Congreso.
Boluarte tiene el derecho a recurrir a cualquier ajuste facial que desee, al igual que todo ciudadano. Sin embargo, su cargo parece ser ejercido con absoluta frivolidad e irresponsabilidad. Al no haber vicepresidente, la mandataria no tiene a quién dejar el despacho presidencial cuando se encuentra de viaje o, en caso quirúrgico, anestesiada y en recuperación.
El problema es la inservible figura de los vicepresidentes diseñada en la Constitución. Es curioso que Perú sea uno de los pocos países con dos vicepresidentes, pero que desde hace 20 años la mayoría de los gobiernos hayan terminado solo con uno (Toledo, Humala, Castillo) o incluso con ninguno (Vizcarra y Boluarte).
Esta situación ha generado mayor inestabilidad, debido a que existe el permanente riesgo de que el Ejecutivo sea asumido por el presidente del Congreso en caso de una vacancia o renuncia, conllevando al dilema de si las elecciones que deben convocarse en ese escenario son generales o solo presidenciales.
Por ello, aprovechando que el Congreso busca reformar o regular hasta cómo deben respirar las personas, se tiene que modificar la figura del vicepresidente. Primero, es contradictorio tener dos vicepresidentes si el JNE puede permitir una plancha presidencial con solo un candidato a la vicepresidencia, como lo hizo con Perú Libre en 2021. Además, en la práctica, un vicepresidente siempre termina renunciando o es destituido por escándalos.
La cuestión principal es qué hacer cuando asuma un vicepresidente como presidente y su anterior cargo quede vacante. Esto ha sucedido con Boluarte y Vizcarra, lo cual ha generado problemas con el Congreso. Sin embargo, no se necesita descubrir la pólvora ni apelar a la abundante sabiduría de nuestros iluminados congresistas, sino simplemente copiar figuras de otros países que sí funcionan.
En Estados Unidos, por ejemplo, solo hay un vicepresidente. Cuando el presidente muere o renuncia, la vicepresidencia queda vacante, pero el nuevo presidente debe nombrar a una persona para ocupar ese cargo. No obstante, la persona elegida por el mandatario tiene que ser ratificada por el Senado.
Este modelo sería el más adecuado, debido a que el presidente, quien tiene legitimidad para gobernar, designa un eventual sucesor para culminar su mandato, pero el Senado sirve de freno en caso de que se busque elegir a personas cuestionadas.
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