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La escuelita de Galdós

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Fecha Actualización
Esta semana el encargado del “pool escolar” soy yo. Para quienes no tengan idea, pool escolar: dícese del servicio cooperativo de traslado de niños del mismo centro educativo. En lenguaje más sencillo: grupo de papás a los que no nos alcanzó la plata para pagar la movilidad escolar y entre nosotros nos hacemos la chamba de llevar y traer a nuestros mostros del colegio.
He sido nombrado el amigo elegido para recoger a cinco niños y llevarlos sanos y salvos a sus casas. Cada madre de familia me ha hecho llegar una notita con algunas recomendaciones a seguir con sus retoños.
Alvarito está prohibido de comer dulces, por favor te pediría que le des una mandarina. Dieguito es celiaco; por ende, no se te ocurra darle galletitas. Ricardito odia que le digan Ricardito, te imploro le digas “Ric” y no le hables de temas religiosos porque somos evangélicos y no queremos problemas. Fernandito es judío y su mami ha sido muy nítida en su pedido: “Te agradecería no le vayas a tocar el tema de la guerra en Israel, ni de la Franja de Gaza”. Rodrigo está harto de que su hermano mayor le diga Rodrogo, así que te rogaría que no le hables de drogas. Y, por último, la recomendación más importante de todas: Marita (mi esposa) me aconseja con todo cariño: “Carlos, no se te ocurra hablarles tus huevadas a los niñitos, no les pongas reggaeton y, si te preguntan por tu exprograma de televisión, hazte el loco y háblales de Esto es guerra”.
Luca, mi hijo, también me ha hecho un pedido muy claro: “Papá, por favor, no vayas a decir que eres mi papá, no me agarres de la mano y tampoco me saludes con beso”. Advertido estoy, y así será y así lo haré. Ese es el costo que debo asumir por negarme a inicios de año a pagar los 1,600 soles de movilidad escolar. Todos, técnicamente, viven por la misma zona, todos tienen ocho años de edad, todos salen sudados y alborotados del colegio, todos son el tesoro de sus hogares y yo lo único que pienso es “debí ponerme condón”.
Con tantas advertencias en mi haber, literalmente con los testes de corbata y la altísima responsabilidad de no perder el control si es que en la ruta me cierra una combi, he tomado tres pastillas de Ashwagandha, cinco gotitas de aceite de cannabis y una gomita de pasiflora para así contener cualquier impulso nervioso que me pudiera convertir en Herodes. Hoy soy un papá ejemplar, hoy se escuchará la Vaca Lola en mi auto, hoy ningún tema incorrecto saldrá de mi boca, hoy no diré caca, pichi, poto. Hoy seré un dandi.
Mi primera sensación con todos los niños ya instalados es que no hay concordancia entre las recomendaciones de sus mamis y sus comportamientos. Literalmente, parecen unas fieras africanas, todos me dicen tío, todos quieren helado; el que no comía harinas acaba de sacar no sé de dónde un paquete de galletas importadas, el evangélico ha dicho la palabra “maldito” unas veinte veces en los escasos cinco minutos que llevamos juntos, el judío quiere jugar a la guerra y me ha preguntado si soy palestino, y mi hijo, contra todo pronóstico, está más obediente que nunca.
Pasados los primeros 15 minutos de caos, me armo de valor y les propongo jugar ‘Ritmo a go go’: diga usted, nombres de futbolistas. Luego vinieron las adivinanzas, después un set de chistes y, finalmente, la frase que más odio y que más tienen a la mano los niños de hoy: “estoy aburrido”. Bastó que uno la dijera para que se convirtiera en un coro: “Tío, estamos aburridos”.
Impregnado en pedidos de responsabilidad, decidí tomar el toro por las astas y asumir la dirección creativa durante los siguientes 45 minutos de recorrido. Así que, sin chistar, como si fuera mi programa de radio, como si se tratara de alguno de mis shows en vivo, asumiendo mi rol de domador de niños, estacioné el auto, volteé mi cuello como el exorcista y les dije: “Chicos, vamos a hacer algo que va a quedar entre nosotros. Vamos a hablar de cosas que siempre hemos querido y nunca nos han dejado. Díganme sobre qué quieren hablar y yo les responderé”. ... En ese preciso instante hubo un silencio cómplice entre todos, risas nerviosas, miradas a los lados y apareció la primera sugerencia: “¡Hablemos de política, tío!”.
Y sí, es verdad, ¡aunque usted no lo crea! “¡Sí, sí, sí, hablemos de política!”, gritaron todos y comenzó la rueda de preguntas, como si se tratara de una conferencia de prensa.
Alvarito: “¿Tío, por qué todo el mundo odia a los congresistas?”.
Y fue precisamente en ese momento que sentí que todavía había futuro y que era más que necesario darles una respuesta coherente, sensata y, sobre todo, entendible, porque sería probable que, de ahí en adelante, un futuro presidente pudiera gestarse. Me salió mi lado comunicador y, tomando tres respiraciones profundas para no meterle ningún color ni juicio a mi respuesta, procedí a dar por inaugurada “la escuelita política de Galdós”.
“La gente no quiere a los congresistas porque están más ocupados en sus propios intereses y en pelearse entre ellos más que en hacer su trabajo”.
“Imagínense un equipo de fútbol donde los jugadores estén más preocupados por quién tiene el mejor peinado en vez de jugar bien y ganar el partido”.
“¡Eso no está bien!”, gritaron todos a la vez…
Siguiente, ¿a quién le toca?... Ric levantó la mano: “Tío, ¿por qué mi papá dice que Dina Boluarte es mala presidenta?”. Hago un silencio y pienso: ¿le digo que es una roja desteñida que con las justas puede sumar con los dedos y por eso el país está en manos de salvajes?
No, mejor diré: “Imaginémonos que hay un nuevo director en el colegio y su trabajo es hacer que todo funcione bien y que todos los alumnos estén contentos. Entonces, tiene que elegir buenos profesores, poner los salones bonitos, construir más canchas y salones para que puedan hacer más cosas. Pero, en vez de hacer eso, no hace nada porque no sabe cómo hacerlo. ¿Cómo se sentirían ustedes? Mal, ¿verdad? Bueno, igualito está pasando con Dina Boluarte”.
“Sí pues, mi papá dice que es una mentirosa porque siempre ha usado relojes Casio como Piqué y, ahora que es presidenta, de pronto, usa Rolex que son bien caros”. Y para qué te digo que no, si sí, mi querido Dieguito.
Ya en este momento estaba próximo a dejar al último niño, Rodriguito, quien había notado que estuvo en silencio durante toda esta parte del viaje. Estacionados en la puerta de su casa, con cara confundida y acongojada, me confía lo siguiente: “Tío, en la época del terrorismo mi mamá me contó que un tío mío murió en Tarata. ¿Es verdad que ahora los terroristas van a poder trabajar?”.
Hubo un silencio entre los dos. Su cara me decía que no le hacía sentido lo que está escuchando en su casa… Yo logro interpretar su pregunta y creo que tiene que ver con la gravedad que significaría que condenados por terrorismo, asesinato, secuestro, corrupción y demás perlas puedan postular a algún cargo público… ¿Y ahora cómo le respondo?, pienso… Y vuelvo al ejemplo del fútbol: “Si un jugador de fútbol es expulsado un montón de veces por jugar mal, jugar sucio, cometer faltas a cada rato, meter patadones a la mala y lesionar a todos, ¿tú te sentirías orgulloso de que sea el capitán de tu equipo?, ¿un jugador así merece ser capitán?”. “No, tío”.
“Bueno pues, igualito queremos que pase en la política. Queremos a personas que jueguen limpio, que respeten las reglas y sobre todo que sean un buen ejemplo para todos. Necesitamos personas en las que podamos confiar y que nos cuiden a todos”.
Estoy a ocho minutos de mi casa y solo pienso en la maestría de los niños. Me he sentido sumamente honrado y privilegiado por el regalo que me acaban de hacer. He escrito en el WhatsApp del pull y les he pedido, por favor, me permitan recogerlos todos los viernes, no importa si no me toca. De ninguna manera pienso perderme la experiencia de aprender con estos chikimostros.
Y lo segundo que viene a mi cabeza es “señores políticos, no sean tan hijos de puta y dejen de robarnos la esperanza”.
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