Los partidarios de Donald Trump en el Capitolio. En el centro está Jake Angeli, con sombrero de piel con cuernos. (Foto AP / Manuel Balce Ceneta).
Los partidarios de Donald Trump en el Capitolio. En el centro está Jake Angeli, con sombrero de piel con cuernos. (Foto AP / Manuel Balce Ceneta).

La epidemia a la que me refiero, aunque lleva años con nosotros, últimamente ha pasado desapercibida; no obstante, sus efectos se han exacerbado. La epidemia de la ha quitado la atención sobre la infodemia de la posverdad; el virus que la causa se ha diseminado por todo el mundo y en todos los estratos de la sociedad sin distingo de género, edad, nivel educativo o nacionalidad.

¿Qué es la posverdad? Es la circunstancia en la cual las personas desechan reiteradamente los datos objetivos y el saber científico en pro de creer lo que quieren creer. Es la aceptación irracional de la mentira.

En una sociedad donde la posverdad triunfa, la realidad deja de ser absoluta para convertirse en una construcción antojadiza o de conveniencia para individuos o grupos: “mi verdad”, “nuestra verdad” se impone a lo fáctico.

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Esta infodemia ha sido construida y aprovechada por el neopopulismo ̶ tanto de derechas como de izquierdas ̶ a lo largo y ancho del mundo, pero su éxito se ha debido a la existencia de dos condiciones fundamentales:

a) La desilusión de los ciudadanos con las instituciones. Los gobiernos, los partidos políticos, los organismos supranacionales y las instituciones en general han mejorado la calidad de vida de las personas, pero no lo suficiente para satisfacer sus expectativas cada vez más altas; a esta ineficacia percibida se ha sumado una corrupción endémica en todos los niveles y en todos los ámbitos institucionales, revistiéndose, a la vista del ciudadano, de una pátina de impunidad que genera indignación y frustración.

b) La entronización del individuo. La exposición de personas frustradas a una cultura del “Yo por encima de todo” es un caldo de cultivo perfecto para que florezcan ideas que buscan culpables/enemigos externos, eximiendo al individuo de su responsabilidad. Estas ideas le dan a escuchar lo que quiere escuchar.

Dadas las condiciones anteriores, se hace mucho más fácil el trabajo del inoculador del virus de la posverdad por excelencia: el líder neopopulista, que ya sea por condiciones innatas o porque ha estudiado el manual del demagogo del siglo XXI, sabe que solo le basta ejecutar dos simples pasos.

El primero es terminar de erosionar la autoridad de las instituciones y medios de comunicación, ya sea exacerbando sus fallos o adosándoles el papel de villanos en teorías conspirativas. Este paso elimina las fuentes de información de calidad ̶ o por lo menos verificables ̶ y deja al ciudadano envuelto en una burbuja de fuentes de información ideologizadas y de baja calidad.

El siguiente paso es socavar la autoridad de los expertos. El método científico es desvalorizado y se invita al ciudadano a poner su opinión a la altura de la de los profesionales. Reina la pseudo ciencia que reemplaza la demostración científica por el testimonio dramático, machacón y no comprobable. Es así que el individuo termina negando lo que no puede comprender ̶ nuestra formación generalista no alcanza para entender la complejidad del mundo ̶ y aceptando como ciertas buenas historias que carecen de sustento científico. El terraplanismo y el movimiento antivacunas son buenos ejemplos.

Sin buenas fuentes de información, sin herramientas para validar el conocimiento, las condiciones están dadas para la infodemia, los neopopulistas comenzarán a tergiversar los datos ̶ sin curaduría de los expertos ̶ o simplemente los falsearán ̶ dado que las fuentes confiables han sido anuladas ̶ y así la posverdad llegará a ciudadanos ̶ de todo nivel social, económico o académico ̶ que no tienen la capacidad, ni el tiempo, ni la disciplina para cuestionarla.

De esta manera el virus de la posverdad se instala en la cabeza de las personas que tienen las defensas bajas, que están totalmente desarmadas ante una nueva forma de pensar, donde “grandes especialistas” sin títulos académicos o experiencia contrastada en el campo del que hablan, en sets de grabación con apariencia profesional, publicitan tramas oscuras, sustentadas en anécdotas y falsos testimonios, donde la casualidad se convierte en causalidad, donde la duda sobre un conocimiento hace válido cualquier otro postulado que se le oponga, sin que sea necesario que este último tenga su propia demostración.

Este es el terreno natural de los Trump, Maduro, [Boris] Johnson, [Pablo] Iglesias, Bolsonaro, [Kim] Jong-un.

Resulta tragicómico que en un mundo que dice encontrarse en la “era de la información” y el “big data”, cuando los seres humanos somos más instruidos que nunca, la desinformación sea la gran triunfadora. Por ello es vital que las instituciones, la academia y la prensa tomen la iniciativa en el combate de la infodemia de la posverdad para recuperar el pensamiento crítico y el método científico que han sido los puntales claves de miles de años de progreso de nuestra civilización.

Un comentario final para el ciudadano. Dice Fernando Tuesta que una campaña presidencial es una guerra electoral. No olvidemos que en toda guerra la primera víctima es la verdad. Le sugiero: tome usted medidas sanitarias y evite ser contagiado por la posverdad en los próximos meses.

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