La crisis inútil.
La crisis inútil.

La resolución de crisis políticas puede tener escenarios positivos para los presidentes involucrados. Algunos, como el nuestro, pueden salir mejor parados en comparación con la situación precedente. Martín Vizcarra aumentó su popularidad del 48% al 79% luego del cierre del Congreso. Lenín Moreno, el presidente ecuatoriano, duplicó del 12% al 24% su aprobación después de acordar una salida con el movimiento indígena. Sebastián Piñera, en cambio, ha visto colapsada su aprobación del 29% al 13%, este último un hito histórico en el país del sur. Las crisis son oportunidades, dice el refrán, y algunos políticos lo corroboran.

A diferencia de lo sucedido en Ecuador y Chile, en la crisis política peruana hubo bastante de voluntad presidencial. El Ejecutivo fue, al menos, coautor del entrampamiento, a partir de medir e incrementar su embate a un Legislativo torpe en reflejos políticos. Desde la narrativa oficialista, la disolución congresal fue ofrecida como una suerte de bien público republicano, justificable más allá de arbitrariedades o interpretaciones del “espíritu constitucional”. Pero solo unas semanas después del desfogue de ira anti-congresal –que forma parte de nuestra cultura política–, la resaca empieza a dejar un mal sabor. ¿Sirvió de algo la precipitación de este choque de poderes? La caída de 13 puntos porcentuales en la aprobación de Vizcarra en el último mes –según Datum– genera en la opinión pública las sospechas de que no.

Los avances en las listas parlamentarias para reemplazar al Congreso disuelto hacen pensar que la prometida renovación de la clase política es en realidad un cínico reciclaje. Dado que no existen procesos ni reformas que hayan producido un cambio en la estructura de incentivos, quienes ambicionan ocupar una curul pertenecen –a grandes rasgos– al mismo tipo de político que ha predominado en los últimos años: sin lealtades partidarias, de fácil cambio de camiseta y de un pragmático sentido del oportunismo.

El escenario se complica incluso más, dada la fragmentación de la representación congresal que se prevé luego de los primeros sondeos. No parece asomarse una mayoría significativa, y más bien se teme el aumento del número de bancadas con representación. Ello provocará mayores problemas de acción colectiva para un Parlamento que debe durar año y medio. La ansiada primavera democrática se va a convertir en un veranillo asfixiante que evaporará las expectativas elevadas por el vizcarrismo. Mientras tanto, este gobierno ha ganado unos meses de distracción pública y distensión. Hasta que pueda reinventar al chivo expiatorio de su mediocre administración.

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