(Getty Images)
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Por: Marisol Pérez Tello

Nuevas formas de criminalidad nos obligan a buscar nuevas formas para perseguir el delito. Quizá el más complejo sea el crimen organizado, que tiene varias lógicas. Hay tantos intereses que confluyen que quienes quieren terminar con él enfrentan poderes ocultos. La práctica del crimen organizado es que lo que no compra, lo mata o termina con él y esto incluye carreras y reputaciones. Socava y corrompe las instituciones. Incentiva economías paralelas que después sirven de escudo para los procesos de erradicación o corrección de la conducta antisocial.

Dentro de las nuevas estrategias para enfrentar esta actividad delictiva, organizada en una suerte de compartimentos estancos, está la colaboración eficaz, que es una de las formas más conocidas y usadas en la actualidad. A ella se acoge quien, en el lenguaje de los delincuentes, “ya perdió”; es decir, alguien que por alguna razón ya no tiene escapatoria. No es un arrepentido que ya no puede vivir con la mentira y necesita encontrar la libertad en la verdad. Por el contrario, es un tramposo que quiere ver cómo pierde menos.

No tenemos otro camino para encontrar la verdad y estamos buscando o persiguiendo a alguien más peligroso para nosotros que el “colaborador”, pero este nos dará solo la información que le convenga y hasta donde le convenga. Este debería ser solo el inicio para, a partir de esa información, hacer un trabajo profundo y serio de investigación.

Hemos aceptado como sociedad que se negocie para obtener información. Lo hemos hecho porque buscamos a quienes se ocultan en un cargo, en el poder, y desde ese lugar cometen delitos. La impunidad es lo que ha traído como consecuencia que autoridades, políticos, empresarios, periodistas, jueces y fiscales generen redes de corrupción que han carcomido el aparato estatal.

En esta lógica de búsqueda cuasi desesperada por la verdad para enfrentar la impunidad, hemos aceptado que como Estado no estamos en capacidad de capturar a este tipo de criminales y, por ello, entre otras cosas, hemos incorporado esta figura. Pero cuando estemos frente a estos “colaboradores”, no olvidemos de quién se trata y que quienes se acogen a ella no dejan de ser lo que son: personas que queremos sancionar porque le hacen daño a nuestra forma de vida. Porque nos roban dinero, pero, sobre todo, perdemos la confianza en el Estado y en la ley, y tenemos que recuperarla. Ese debiera ser el objetivo al bicentenario: un Estado en el que la ley se cumpla.

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