Alguien dijo: “La tradición, el canon occidental, no consiste en venerar las cenizas, sino en transmitir el fuego”. Unos atribuyen la sentencia a Gustav Mahler, pero, convenientemente, no sabemos quién es el autor. Es mejor que así sea, porque se pierde en el tiempo y tiene algo de eterna. Estos días uno ve en las redes sociales listas de libros leídos durante el año y es claro que priman las novedades sobre los clásicos. No ocurre lo mismo con los cinéfilos. Por ejemplo, @DannyDrinksWine, en Twitter, consigna entre sus películas favoritas descubiertas en 2024 El hombre delgado (1934) o Acto de violencia (1949), junto con cintas del siglo XXI. ¿Por qué es diferente en el caso de la literatura?
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El romanticismo inglés y alemán, primero, y el simbolismo francés, luego, exhibieron su voluntad de innovar la poesía en el siglo XIX, y su experimentación fue radical. A nadie, sin embargo, se le ocurrió negar la herencia de veintisiete siglos de literatura. Esta peregrina idea apareció en el siglo XX. Que una ametralladora es más hermosa que la Venus de Milo fue una profesión de fe para los futuristas italianos. Claro, esa innovación envejece rápidamente y esas ametralladoras son hoy chatarra, pero el mensaje iconoclasta prendió y a fines del siglo ya había profesores que en las universidades de Europa y América preferían dar clases sobre Faulkner o Marguerite Yourcenar. Sin embargo, estos clásicos contemporáneos exigían que se mencionaran a los clásicos que los habían inspirado. Luego, sobrevino la moda de leer a literatos que no habían leído sino a sus coetáneos. Y se dejó de transmitir el fuego.
Podríamos hacer un paralelo con el provincianismo. Si esta forma de prejuicio limita las mentalidades en términos espaciales, ahora estamos ante un fenómeno nuevo, una suerte de “provincianismo temporal”, que nos limita a las artes o creencias del presente. Pero ningún autor actual puede decirnos más sobre nuestro mundo o las emociones humanas que Shakespeare o Dante o Melville. Un simple cálculo nos dirá que es más probable que encontremos la mejor literatura entre clásicos cuya edad se mide por centurias antes que en cien ficciones producidas durante la última década. Conviene recordar que a estas últimas las promociona la sociedad de consumo; a los clásicos los eligieron lectores como todos nosotros, a lo largo de las geografías y las variadas lenguas y el tiempo insondable.
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