Parque Ecológico de San Isidro en abril del 2019 (Cortesía)
Parque Ecológico de San Isidro en abril del 2019 (Cortesía)

Ahora que se ha confirmado que estamos en la etapa “sálvese quien pueda” del coronavirus y la gente se pregunta cómo resolver su futuro en una masiva pérdida de empleos e ingresos, sería bueno que las autoridades consideren a la calle como una oportunidad. Sí, me refiero a la calle, así, en genérico: las plazas, los parques, las veredas y también las pistas. La reactivación económica debería considerar el rol del espacio público –y su redistribución– como un eje clave para una recuperación barrial desde nuestra vida cotidiana.

Desde siempre, la calle ha sido un espacio productivo y de intercambio. Pero hoy en día, las más de las veces, las políticas públicas son de represión y rechazo al comercio ambulatorio o a la carretilla de comida. Sin embargo, desde los orígenes de la sociedad el encuentro en la calle ha sido sinónimo de trueque y comercio y, desde siempre, las políticas restrictivas fracasan cuando su objetivo es eliminar las transacciones que ocurren cotidianamente en el espacio público.

Fíjense que lo que no les gusta ni a autoridades ni a vecinos no es el hecho de vender un choclo con queso o, ahora en tiempos de pandemia, una careta protectora, sino lo que estas actividades muchas veces causan: desorden, basura, bulla, inseguridad, etc. Y es que el problema se encuentra en las emisiones y no en la actividad en sí misma. Y es por eso que la represión no sirve, pues se enfoca en erradicar la acción pero no acaba con la necesidad. Las personas igual saldrán a vender pues hay demandas insatisfechas.

Entonces, ¿puede repensarse la calle para que genere prosperidad y, al mismo tiempo, mitigar y eliminar parte de los efectos no deseados? Por supuesto que sí. Para ello se debe cambiar el enfoque y dejar atrás la represión para proponer ordenamiento involucrando a todos los actores. El comercio en la calle debe cumplir con ciertos criterios mínimos de orden y limpieza que, a su vez, decanten en formalidad.

Por su parte, una política de terrazas abiertas ocupando secciones de las pistas y hasta ocupando calles enteras –como han hecho en Nueva York– puede ser transformacional para los restaurantes que están sufriendo. No solo permites que los negocios del barrio sigan vendiendo y dando trabajo a los meseros y cocineros, sino que minimizas contagios al permitirles ofrecer sus platos en entornos al aire libre. Sí, por supuesto, con reglas y cuidados puestos en marcha. Para esto, la regulación municipal es clave y la flexibilidad de los permisos y licencias también. ¿Habrá algún distrito que se atreva? La calle es potente. No lo olviden.