(Alfredo Márquez)
(Alfredo Márquez)

Una trayectoria artística es el testimonio de un creador y de su época. Visitar la exposición de Alfredo Márquez en el Centro Cultural del ICPNA de Miraflores ratifica esta tesis propuesta por viejos maestros de la interpretación como Mariátegui, Adorno y Eco. Y en el caso de Alfredo, esta consideración se ajusta con fidelidad a su obra pues la suya es parte de una incansable participación en diversos colectivos artísticos. No es el artista romántico sino el productor visual, el operador cultural, el provocador simbólico, quien ofrece una propuesta, la suya y, al mismo tiempo, la de sus coetáneos.

Acaso todo empezó para él en el colectivo Los Bestias, una mancha de estudiantes de arquitectura dedicada al diseño espacial pasajero y a la estimulación de nuevas formas de acción en espacios abiertos. Así fue como surgió la mítica carpa teatro del Puente Santa Rosa. Un lugar cedido por la Municipalidad Metropolitana de Lima, en la segunda mitad de los ochenta, para el desarrollo de actividades culturales que fue tomado por la movida subte. Allí se fermentó una virtuosa confluencia de música (o ruido), arte visual (o transgresión iconográfica) y arquitectura efímera (o negación de lo perdurable). Esta celebración de la precariedad dio lugar, sin embargo, a propuestas artísticas críticas tan exitosas como fallidas, tan sugerentes y potentes como obvias y panfletarias. Fue una explosión de creatividad.

Para los jóvenes de la época, la Carpa fue ese espacio de libertad en el que pudimos imaginar, por fin, una rebelión contra la oscuridad social, el escape negado de una década regresiva, violenta y sin esperanza. La Carpa duró poco tiempo, pero lo que originó fue el despliegue de una energía que atravesaría el mundo cultural de un país aturdido y fragmentado. Visitar esta exposición es una invitación a repasar casi cuatro décadas de arte y activismo en el Perú. En el caso de Márquez, no podía ser de otro modo.

Esta obra, antecedida por Huayco y el maestro Herbert Rodríguez, se suma a esa hermosa apuesta que concibe el arte como parte de la vida y no de las galerías ni las escuelas de bellas artes. Un arte de plazas, patios universitarios y ferias populares. Y, ocasionalmente, de galerías o bienales. En ese camino, Márquez contribuyó notablemente a la formación de una estética del collage que trastornó los sentidos comunes de un país polarizado. Una propuesta tan moderna en sus inicios (Xerox + xerigrafía) y tan política siempre: capturar la referencia periodística o la retórica política visual para recontextualizarla a través de fricciones simbólicas irónicas e irreverentes. Katatay es una revisión clave del arte crítico local. Imperdible.

Katatay y otros actos de colaboración, Alfredo Márquez (1983 – 2018). Galería Germán Krüger Espantoso, Miraflores.

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