Juzgar al juzgador
Juzgar al juzgador

Me llama poderosamente la atención que la principal objeción que se ha hecho a la candidata propuesta por Trump para integrar el Tribunal Supremo, la señora Barrett, sea que es católica y madre de siete hijos. Porque de ello se deduce que es antiabortista.

No puede dejar de sorprenderme que esa sea la visión de quienes critican. O sea que, si una jueza es católica, su religión será el motivo de su rechazo al aborto. Por esa regla de tres, un juez protestante fallará siempre en contra de los católicos, ¿no? Y si aspira, como muchos mortales, a tener una vida acomodada, la tendrá que emprender contra todo aquel que “ya” goza de esa posición, por una cuestión de pura envidia (pecado capital del que no estamos librados los jueces).

El debate que ha levantado Trump con su propuesta, además de cicatero, demuestra absoluta ignorancia acerca de lo que es la función de juzgar. Juzgar no es aplicar las reglas morales de cada cual. Ni siquiera orientarse en función de sus tendencias ideológicas. Es poner la ley por encima de todo. Es interpretar la norma, a partir de parámetros uniformes, que garanticen la seguridad jurídica. Es por supuesto, no creerse juez estrella, ni estar en posesión de la verdad absoluta. Es ser humilde a la hora de aplicar la ley. Pues no se trata de “hacer” derecho. Es, por último, plegarse de modo convencido y convincente al mandato legal. Y, sobre todo, es ser capaz de argumentar sus decisiones, explicando el proceso mental que le lleva a esa o aquella convicción.

Quien no sea capaz de hacer esto ejercerá como juez, pero no “es” juez. Y quien crea que se puede criticar a este o a sus resoluciones en función de su religión o el número de hijos que se tenga que se dedique a otra cosa. Por ejemplo, a informarse.

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