El Tribunal Constitucional sigue sin decidir si admite o no el hábeas corpus interpuesto por el ex presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia.
El Tribunal Constitucional sigue sin decidir si admite o no el hábeas corpus interpuesto por el ex presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia.

Fui crítica de Ollanta Humala y Nadine Heredia desde la campaña. Siempre consideré que el militar en retiro había sido diseñado por las alucinaciones políticas de su padre, que eran y son un peligro, y Nadine, aventurera, inexperta, muy ambiciosa frente al poder, quien delineó su voracidad haciendo daño a los cinco años de gobierno de su esposo. Sin embargo, coincido con Aldo Mariátegui en que parece alucinante la sentencia que pretende la Fiscalía contra ellos si llegaran a declararlos culpables.

Veinte y 26 años de cárcel respectivamente no lo creo justo. En nuestro país, los vacíos que dejan los movimientos pendulares de la política y de la justicia nos han conducido a extremos radicales en los que se han repetido las angustias y deshonestidades históricas. Queremos venganza por el hartazgo (con razón) de los constantes episodios de corrupción en los que, a decir verdad, no solo sucumbieron expresidentes y poderosos, sino muchos más.

Debemos admitir que, aunque metamos presos de por vida a los que creemos culpables, poco o nada va a cambiar si no hacemos reformas estructurales en las que no dividamos las verdades y lo necesario para el Perú entre los que están conmigo o los que están contra mí. La cultura del like y opinión delivery en las redes sociales sobre cualquier circunstancia nacional o actuación política demuestra posturas arcaicas, chauvinistas, acomplejadas, prejuiciosas que no le dan el paso a la razón, solo a la emoción de lo que cada uno quiere ver. Los ejemplos están cada día en los medios, en las redes, en los encuentros casuales, familiares, amicales.

Francamente, cada vez estamos más fregados. Pido un minuto de reflexión en aquellos que se sienten los dueños de la verdad, a los que hablan en nombre del honor, de la moral, de la decencia; bájense de ese pedestal ridículo y busquemos intereses ciudadanos que se orienten a ser una mejor sociedad que no esté apuntando con el dedo al otro, mirando la paja en el ojo enemigo, sin ver la viga en el propio.