Diplomacy es un juego creado por Allan Calhamer. El tablero es el mapa de Europa antes de la Primera Guerra Mundial, dividido en provincias. Solo algunas tienen producción para alimentar a una unidad de combate. La idea es retener esas provincias y capturar las ajenas, porque en los movimientos en otoño se pierden o ganan ejércitos o marinas, según sean las provincias productoras controladas. El juego no es de azar. Cada jugador escribe sus movimientos en reserva para cada temporada, según el país que se trate, y todos se abren simultáneamente. Hay reglas para avanzar, defenderse o capturar provincias. Es como jugar varias partidas de ajedrez sobre un mismo tablero. Es imposible que un solo país gane la guerra. Por eso, en cada primavera, se abren negociaciones para acordar alianzas. De ahí lo de Diplomacy. Sin embargo, no hay sanción si traicionas. La clave del juego está en identificar intereses comunes, porque solo eso garantiza el acuerdo.
Es un laboratorio para entender cómo funciona el Derecho. El mejor contrato no es el que se firma, sino el que se cumple. Por eso, el abogado más que un escribidor de cláusulas favorables debe ser un investigador de los intereses ajenos para identificar cómo convergen con los intereses propios.
A su turno, para que las leyes se cumplan, el legislador también debe ser un intérprete de los intereses en mayoría. Pero, como el puro interés privado no basta, interviene la justicia que provee de valores para proteger minorías y para construir intereses públicos. Aun así, tampoco basta.
Podemos equivocarnos en los intereses, mire usted los presidentes que elegimos; o en los valores, porque cada tiempo y sociedad tiene los suyos, algunos tan horrendos ahora como el vengativo ojo por ojo de los babilonios o el Holocausto contra judíos de los nazis.
El ajuste a los contratos y leyes, más bien a los intereses y a los valores que contienen, lo realizan los jueces. No se puede dejar de administrar justicia por deficiencia de las leyes, reza la Constitución. Entonces, podemos vivir con contratos y leyes malas, pero no con jueces malos. Ellos son, finalmente, el Derecho tal como funciona.
En la corrupción que nos sepulta ahora, por ejemplo, hay fallas enormes por varios lados. Valores relajados, adendas contractuales ilícitas, vacíos legales, lo que se quiera. Pero el partido final se juega en el sistema judicial. Ese es el mundo turbulento y apasionante que la Facultad de Derecho de la PUCP estudia y enseña desde hace 100 años. Gracias.