Las causas justas enseñan cuando se ganan limpiamente.

A Alberto Fujimori (AF) se le condenó por las matanzas en La Cantuta y Barrios Altos. Para eso se forzó, por primera vez en la historia peruana, la tesis de la “autoría mediata”. Según ella, AF tenía el control del grupo asesino porque era el presidente. Sin pruebas contundentes, se habilitaron indicios.

Unos especialistas están de acuerdo, otros no. AF fue condenado en esa línea gris de una certeza discutible para intentar imputarle un crimen de lesa humanidad que hiciera difícil un indulto futuro. Importaba poco la reparación a las víctimas. La cárcel eterna tendría el sabor de la venganza.

En ese afán dejamos pasar otros casos más potentes para enseñar, pero menos glamorosos para humillar. Por ejemplo, la CTS a Montesinos: US$15 millones retirados irregularmente del fisco, que los llevó a Suiza. El desfalco fue cubierto reingresando la misma suma en efectivo. ¿De dónde? AF fue procesado por eso, pero importaba poco, ya estaba preso por las matanzas.

Si hubiera algún interés real en la justicia, ese delito también habría tenido atención mediática. Entonces habríamos aprendido a defendernos de la corrupción, con mayores controles sobre obras públicas y reportes sobre la ruta de dinero. Hoy, “corrupto” no sería un insulto al paso sino un estigma social.

El tema pendiente es cómo financiar partidos políticos en una economía muy informal, con dinero en efectivo, sin origen conocido. Si no hay normas, no hay delito, ni sanción. Keiko está presa. Saldrá libre cuando la Corte revise el caso. No importa, ya se le humilló. Algunos ganan en política, todos perdemos en justicia. Los problemas importantes quedan, como siempre, para después.