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Jugar sin reglas, debatir sin programa

En estos días, siguiendo las tristes disputas entre los nacionalistas y los fujimoristas, me preguntaba por qué en el Perú carecemos de una agenda que estructure el debate público, tal como sucede en Chile con la educación o en Brasil con los servicios públicos.

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Sociólogo y comunicador

En estos días, siguiendo las tristes disputas entre los nacionalistas y los fujimoristas, me preguntaba por qué en el Perú carecemos de una agenda que estructure el debate público, tal como sucede en Chile con la educación o en Brasil con los servicios públicos. En nuestro país pareciera que no existen prioridades nacionales. Nuestra atención está atrapada por los escándalos rutinarios y, en el mejor de los casos, los temas claves se suceden en negativo: por qué no recuperamos el crecimiento, por qué no podemos detener la delincuencia y la corrupción.

Sin embargo, cuando recuerdo cuáles son los temas que determinaron los resultados de las últimas y penúltimas elecciones nacionales, me queda claro que la inclusión social fue el punto de intersección donde confluyeron analistas y ciudadanos, fue el punto nodal que permitía integrar los grandes temas nacionales: productividad, política social, infraestructura, innovación y reforma del Estado.

Los temas están planteados, pero estos se diluyen inexorablemente durante la administración de cada nuevo gobierno. Y hasta los logros se diluyen en medio del desorden institucional y la negligencia de los líderes de turno. El gobierno de Toledo podría ser recordado como el de la transición democrática y el impulso económico, pero ha sido tragado por la frivolidad y las sospechas de corrupción. La gestión de Alan García se concentró en la promoción de las grandes obras en salud, educación, transportes y saneamiento, pero este posible posicionamiento se pierde bajo la sombra de la corrupción y el perfil sobredimensionado del líder aprista.

El de Humala debió ser, por fin, el gobierno de las grandes reformas, debió ser la gestión que consolidara el proceso a través del cual la pobreza ha venido disminuyendo significativamente en la última década. Sin embargo, Ollanta es percibido como el gobernante sin bandera, el mandatario que no cumple con sus promesas. En eso todas las encuestas son consistentes.

Y, paradójicamente, en esta administración, los programas sociales han sido racionalizados estratégicamente. Y las iniciativas reformistas en el sector salud fueron planteadas con energía (aunque hace poco derrotadas). Y los paquetes reactivadores se han venido dando a lo largo del año (pero solo entusiasman a sus promotores). Y las iniciativas de diversificación productiva suenan novedosas (pero parecen llegar al final de la fiesta).

No se puede jugar ajedrez donde no existe tablero institucional definido ni puede haber una memorable competencia allí donde los jugadores destacan por su oportunismo e improvisación. Mendigando votos –con obras– es imposible llevar la política a otro nivel. Polarizando se debilita aún más nuestra precaria democracia. La gente no les va a perdonar a nuestros políticos que se haya desperdiciado el sacrifico de estos años. Y otros tantos no van a tolerar que se posterguen nuevamente sus expectativas. Se vienen cultivando las condiciones para el advenimiento del autoritarismo populista. Así no juega Perú.