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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Se ha sugerido que es urgente un cambio radical en el modelo económico que, a través de un mayor papel del Estado, aumente el bienestar de las mayorías. Sin embargo, nuestra historia nos dice que, lejos de mejorar nuestras vidas, trocar de modelo nos traería atraso, pobreza y marginación.

Las propuestas de cambio radical no son nuevas. Pareciera que de pronto estuviéramos en 1968 y fuera el general Juan Velasco quien nos hablara de recuperar la soberanía sobre nuestros recursos naturales, de desarrollar sectores estratégicos, de renegociar contratos entreguistas con empresas extranjeras, y de industrializarnos para dejar de exportar piedras.

El problema es que las políticas estatistas e intervencionistas en que el Perú se embarcó entre 1968 y 1990 fueron un rotundo fracaso. En este lamentable periodo no solo la economía dejó de crecer, sino que se contrajo. El ingreso de cada peruano se redujo en casi 25%. Quienes nacieron en los años 60 empobrecieron año tras año. Renegociar el petróleo nos convirtió de exportadores en importadores de crudo. El control estatal de las grandes minas produjo un colapso en la producción. En lugar de ser fuente de ingresos, las empresas públicas perdieron plata a chorros. Cerrarnos al comercio internacional truncó el crecimiento y diversificación de las exportaciones. Lo que sí creció fue la deuda externa, resultado de subsidios y malas inversiones públicas. Millones de compatriotas y capitales migraron al extranjero huyendo del descalabro económico. Llegamos a 1990 con 7,500% de inflación, escasez generalizada, un Estado en quiebra, más de 60% de pobres, y al borde de la ruptura social.

En cambio, desde 1990, el ingreso per cápita ha crecido 3.5% en promedio. La pobreza se ha reducido a un quinto de la población. Y para seguir avanzando necesitamos más libertad económica y que el Estado se dedique a proveer eficientemente seguridad, pistas y veredas, alcantarillado, agua potable, salud y educación, y erradicar la corrupción, en lugar de ahogar la iniciativa privada.

Es loable crear nuevos motores de crecimiento. Pero no desarrollar nuestro potencial minero es un suicidio. No hacer Tía María equivale a dejar de cultivar papa para siempre o no explotar nuestras riquezas marinas en 20 años. Un año de Conga equivale a 3 siglos de producción agropecuaria en los distritos aledaños.

Hierba mala nunca muere dice el refrán popular. Pero, si queremos desarrollar nuestro Perú, dejemos en su tumba a las viejas y fracasadas ideas del general Velasco. Nuestros hijos se lo merecen.