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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

¿Cómo evitar elegir a un candidato que una vez en el poder sea una mayúscula decepción? ¿Qué podemos hacer para que, de acá a 5 años, no contemos las horas hasta que llegue un nuevo gobierno? Propongo dos criterios para examinar con ojo crítico a los candidatos.

El primero es evaluar su experiencia profesional. Somos exigentes para contratar al mejor candidato para manejar una empresa o una institución. Mucho más exigentes deberíamos serlo con quien aspira a ser presidente de la República. ¿Fue el candidato el primero de su clase? ¿Estuvo al menos entre los mejores? ¿Ha tenido éxito pecuniario y no pecuniario? Si nunca ha administrado nada con resultados positivos, ¿cómo podría dirigir el Poder Ejecutivo de un país entero?El segundo criterio es analizar sus propuestas de gobierno. Hemos tenido más que suficiente de planes demagógicos hechos para ganar elecciones y no para gobernar. Las propuestas deberían ser concretas, tener financiamiento, y mostrar evidencia clara de que han funcionado en algún tiempo o lugar.

Uno de los candidatos exige en su plan de gobierno que los peruanos seamos felices y alcancemos la independencia de quienes han secuestrado nuestra libertad. Admirables objetivos. Pero su plan de gobierno es una retahíla de generalidades como invertir en buenos docentes, dar al Poder Judicial el presupuesto necesario, combatir el bullying, o respetar los derechos animales. Todo muy bonito, pero sin decir cómo. También propone eliminar el 24x24, a pesar de que ya no existe. El plan de gobierno de este candidato es un buen ejemplo de superficialidad y ambigüedad. Es la vieja demagogia, la de los dinosaurios de la política, en una nueva envoltura.

Otros candidatos han iniciado una lamentable carrera de promesas fantásticas. En un país en que estudios de Grade y el BCRP concluyen que aumentar el salario mínimo solo causa más informalidad, quitándoles derechos laborales a los que menos tienen, varios candidatos compiten irresponsablemente en quién promete aumentarlo más. ¿Quién va a pagar el aumento? ¿Los candidatos? ¿Es tanta su desesperación en llegar al poder que no tienen reparos en ignorar la evidencia empírica y engañar al elector? ¿Por qué, más bien, no nos dicen cómo piensan reducir la informalidad laboral en que se encuentran dos tercios de los trabajadores?

El humo y la fantasía están bien en el circo. La economía está en neutro. Las reformas de mercado están estancadas desde los 90. Esa es la realidad. Nuestra democracia es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.