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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La visita del escritor Mario Vargas Llosa sirvió a muchos para auscultar, a través de la famosa pregunta de Zavalita, cuándo se jodió el Perú. La pregunta, tomada de manera literal, invita a una larga crítica sobre nuestras decisiones políticas, económicas, sociales y culturales; en fin, si uno empieza a enumerar las razones por las cuales el Perú está jodido, nos faltarán páginas y observaciones.

Pero la pregunta esconde varios problemas: para empezar, los contextos, mundial y local, pero sobre todo los esfuerzos que hacemos millones de peruanos (muchos de ellos de manera silenciosa) para cambiar dicha realidad. Cuando Vargas Llosa publicó Conversación en La Catedral, allá por 1969, no solo el Perú estaba jodido, en términos coloquiales, sino la gran mayoría del mundo. En valores actuales, los ingresos por persona no llegaban ni a la quinta parte y la gran mayoría vivía bajo la línea de pobreza (cerca de 60%), y un tercio bajo la línea de extrema pobreza. La pregunta bien pudo ser global, y no local.

Cierto, Perú saltaba de democracia a dictadura como quien cambia de ropa, y por supuesto nuestra pobreza reflejaba nuestra incapacidad para entender cómo se estructuraba el mundo desarrollado detrás del comercio y los mercados, en lo que el filósofo Karl Popper había denominado décadas antes "la sociedad abierta". Peor aún, ingresábamos un año antes (1968) a la peor de las dictaduras socialistas de la región, una que arrasó con el capital físico, empresarial e intelectual, y destrozó –como un tsunami– nuestro sistema institucional (12 años sin Constitución).

Desde entonces, el Perú ha cambiado… y mucho. De hecho, ha cambiado tanto en estos últimos 25 años, aun con los retrocesos institucionales, que nos hemos puesto al día con los países de ingresos medios, casi erradicando la pobreza extrema (cerca del 5%) y con niveles bajos de pobreza absoluta. Seguir empeñados en responderle a Zavalita nos sirve si aprovechamos el ejercicio para determinar cómo mejorar la senda actual, no si invita a una letanía sobre lo que vemos en el espejo retrovisor.