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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Esta semana se presentó, como todos los años, el Reporte de Competitividad del Foro Económico Mundial; para quien sabe, el mejor compendio de la estructura productiva de los países más importantes del mundo. Basado en múltiples indicadores de desempeño, el reporte busca aportar información clave respecto a los factores que determinan el desarrollo de las naciones; a saber, estado de las instituciones, de la infraestructura, de los servicios de salud y educación, entre muchos otros. No es de extrañar, por lo tanto, que los países mejor rankeados sean aquellos con mayores ingresos per cápita, y viceversa.

Quien revise el reporte con regularidad encontrará patrones entre los resultados y la realidad. Cierto, a veces el Foro se guía por fuentes oficiales o los reglamentos vigentes dejando de lado lo que ocurre en el campo, pero en lo general podríamos decir que el resultado es muy acertado. Perú aparece, en el último reporte, en el puesto 67 sobre 138 economías; en el anterior (2015) aparecimos en el puesto 69, pero sobre 140 economías. Si de comparaciones se trata, seguimos en el percentil 49. Léase, no hemos mejorado en el agregado. En el histórico mejoramos (desde el percentil 55 en el 2009) hasta inicios del gobierno humalista (nuestra mejor ubicación, percentil 44 en el 2012), para luego empeorar consecutivamente.

Veamos el reporte ahora desde las estructuras, o pilares fundamentales, de competitividad. En lo económico (ambiente macroeconómico y desarrollo de los mercados financieros), el Perú es un país del primer mundo. Los puestos 33 y 26, respectivamente (sobre 138), nos ponen a niveles de una economía europea o asiática desarrollada (Austria o Malasia). Pero hasta allí llegan las buenas noticias. En lo demás, pues somos tercermundistas con riesgo de perdernos en la realidad subsahariana. Y no bromeo.

En calidad institucional, aparecemos en el puesto 106, más cerca de Zimbabue o Nepal que de Chile o Costa Rica. El optimista me dirá que nuestro vecindario está igual o peor (Argentina 130, Brasil 120, Colombia 112, Ecuador 113, por nombrar algunos); sí, es cierto, la región latinoamericana es de una precariedad institucional lamentable. Pero (siempre hay un pero), ahí está Chile –puesto 35– para demostrarnos que no es incompatible nuestra locación geográfica con instituciones confiables y óptimas. En otras palabras, sin importar la realidad de nuestros vecinos, podemos aspirar a mejorar como Chile u otros países de ingresos medios.

En infraestructura la cosa no está mucho mejor (puesto 89). Y al igual que con la podredumbre institucional, la precariedad de nuestras carreteras, puertos y aeropuertos nos pasa la factura día a día. Deben ser varios puntos de PBI perdidos entre estos dos desastres. Pero si en instituciones no se avanza mucho, en infraestructura la cosa es peor: no solo avanzamos poco, sino de manera equivocada (y, me temo, en medio de mucha corrupción). Los recursos no se destinan a los proyectos de mayor retorno en productividad, sino adonde los "vientos" soplen mejor. ¿No era más rentable rehacer toda la Panamericana –desde Tumbes hasta Tacna– con doble vía, iluminada y segura antes que los tres megaproyectos por US$15,000 millones? Sin duda alguna. Y luego están los servicios de salud y educación. Otra vez, una vergüenza nacional: puesto 98, ¡por debajo de Ruanda y Venezuela! Entendamos la gravedad de la situación: estamos en el puesto 131 sobre 138 en calidad de la educación primaria. O sea, en el percentil 95. Solo hay 7 países en el mundo con peor educación primaria que la nuestra. Puesto 133 en calidad de la enseñanza científica y matemática. ¿Y la revolución educativa? Preocupada en dejar mal a la educación privada; si la educación pública mejora o no, pues ese es otro tema y ya se preocuparán de ello en su momento.

Estos son los cuatro pilares fundamentales (economía, instituciones, infraestructura, salud y educación). Podemos internarnos en el frondoso reporte para seguir autoflagelándonos, o podemos estudiarlo y entender dónde están nuestros retos y oportunidades. Por ejemplo, mercados laborales (puesto 130 en prácticas de contratación y despido), peso de las regulaciones estatales (puesto 134), o administración de justicia (puesto 129 en eficiencia del sistema en resolver las disputas).

Con todo lo malo, no tengo dudas de que el Perú puede ser un país distinto, mucho mejor, y en relativamente poco tiempo (10 a 15 años). Pero eso requiere una decisión fundamental: quebrar con el pasado, cambiar de manera radical las formas de entender qué debemos hacer. Y eso es hoy. Mañana ya es muy tarde.