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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

No se guardó nada. En el pleno de la Asamblea General de la ONU, nuestro mandatario Pedro Pablo Kuczynski se refirió a la grave situación por la que atraviesa Venezuela e invocó a que se inicie "un diálogo político interno sin condicionamientos y restricciones en marco del pleno respeto a la Constitución". El presidente Kuczynski señaló la crítica situación política, económica y social que viven nuestros hermanos en Venezuela, así como "la extrema violencia, la confrontación social y política, y la grave escasez de medicinas y alimentos".

Y como para rematar, sostuvo: "Somos respetuosos de la no intervención en asuntos internos de otros estados (…) sin embargo, el respeto a este principio no puede ni debe contraponerse con la defensa y promoción internacional de la democracia y los derechos humanos, que son un patrimonio de las nuevas generaciones".

La posición no solo es clara, y correcta, sino que, además, rectifica la postura inhumana, miserable e ideológica que llevó el anterior gobierno y sus aliados regionales respecto a la tragedia venezolana. Solo para recordarlo: fue aquí donde Maduro consiguió el aval internacional que le faltaba para atrincherarse en el poder en abril del 2013, cuando en ese remedo de organización internacional llamada Unasur le dieron el visto bueno a la continuación dictatorial que sufren los llaneros.

Las palabras del presidente Kuczynski sirven entonces como parteaguas y como esperanza: por un lado, rompen con nuestra vergonzosa política internacional respecto a Venezuela y, por el otro, proponen una línea de acción internacional. Si otros países se suman a dicho llamado, podríamos visualizar un escenario distinto, ya que solo la presión internacional puede –a estas alturas– producir algún tipo de cambio.

Lo de Venezuela hace rato que no da para más. Y el problema es, en el fondo, muy simple: la cúpula chavista no puede dejar el poder. ¿Por qué? Porque se juegan la libertad: han saqueado, asesinado y roto todas las leyes imaginables. Es el típico final de una dictadura, cuando los costos de salir son tan altos que solo queda aferrarse al poder.