Juan José Garrido: ¿Es posible?

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En los círculos empresariales, la gran pregunta es si podremos retornar a la senda de altas tasas de crecimiento, aquella en la que –como hasta hace 4 años– alcanzábamos tasas promedio de 7%. En los círculos académicos, la pregunta es otra: cómo crecer a la actual tasa de crecimiento potencial (cercana al 4%).

Volver a la senda de crecimiento del decenio 2003-2012 es, en el actual entorno global, muy improbable. No es imposible, tampoco, pero es un reto extremadamente difícil de cumplir. Implicaría hacer reformas, tomar decisiones audaces, disponer de un grupo de expertos y, sobre todo, contar con un claro liderazgo, consciente de lo que hay que hacer y con la determinación para hacerlo.

Nada de ello está presente: no existe un líder en la cúpula de gobierno, ni con la capacidad ni con el conocimiento. En Palacio, las preocupaciones por el futuro político y judicial impiden gobernar a los actores principales; sus desvelos gravitan alrededor de temas políticos y personales. En el premierato la cosa no es muy distinta, y en el MEF hace mucho que abandonaron el modelo tecnocrático que los caracterizaba.

Vistas así las cosas, en el mediano plazo no debemos esperar un cambio de rumbo. En el contexto externo, las cosas no han mejorado (y nada predice que mejorarán): en los últimos 7 años, la deuda global ha crecido en 40%, de US$142 trillones a US$199 trillones. ¿Cómo se reducirá (pagará) dicha deuda sin reformas y desregulación? Muy difícil, por no decir imposible. Estados Unidos siempre está expectante a mejoras en productividad, basadas en mejoras tecnológicas, conocimiento y un entorno regulatorio e institucional propicio para crecer, pero las cosas no son así en el resto del mundo desarrollado (Europa y Japón, sobre todo) o en vías de desarrollo (China, India y Rusia, principalmente).

Esto se traduce, para fines locales, en algo muy simple: una menor demanda de productos tradicionales y no tradicionales, pero ahí no acaban nuestras tragedias. Muchos países han logrado sostener tasas de crecimiento importantes más allá del entorno global: Corea del Sur, Singapur y Chile son algunos. Claro, ello pasa por algunas de las condiciones antes mencionadas: liderazgo, conocimiento experto, ganas de hacer las cosas, capacidad de enfocarse en el país y no en la menudencia. No es nuestra situación.

Para responder a la pregunta empresarial se requieren ideas prácticas. Por ejemplo, la importancia de reactivar el sector minero: ya el IPE demostró cómo hemos perdido más de US$67,000 millones de producción por la paralización de proyectos por motivos externos a la empresa (conflictividad político-social y mayor regulación gubernamental). Eso es lo más rápido; nos haría crecer entre 2% y 2.5% adicionalmente por año. Pero para ello se requiere, ya imaginaron, liderazgo y ese largo etcétera de condiciones.

Otra manera de incrementar nuestra producción en el corto plazo es hacer una serie de reformas puntuales en dos campos de alto impacto: laboral y tributario. Facilitar la contratación de personal por plazos limitados, incentivar tributariamente la capacitación laboral, reducir los costes de ingreso y egreso, promover la reinversión de utilidades, entre otros.

Finalmente, existe un espacio desde donde el gobierno puede apalancar nuevos aires para la inversión: revisar la cartera de proyectos y megaproyectos, que sobrepasa los US$15,000 millones hacia inversiones que tengan un mayor impacto en la productividad total de nuestra economía: agrandar y mejorar la Panamericana Norte y Sur, el acceso y la seguridad en puertos y aeropuertos, un tren de penetración a la sierra y selva, entre otros. Las megaobras impulsadas por este gobierno significarán un gasto importante (lo cual, es evidente, brindará puestos de trabajo e inversiones en sectores colaterales), pero no mejorarán el perfil competitivo del país.

Responder a la pregunta académica es más sencillo: necesitamos una reforma institucional seria, amplia y contundente. Sin instituciones será imposible sostener nuestra actual tasa potencial, menos aún incrementarla significativamente. El sueño republicano pasa, necesariamente, por una mejora sustancial en nuestra calidad y coordinación institucional.

Si las acciones prácticas –para reactivar la economía– descritas arriba son difíciles, estas –las institucionales– parecen imposibles. Para empezar, requieren amplios acuerdos políticos; a sabiendas de que no contamos con partidos, sino –a lo mucho– con caciques populistas o buscadores de rentas, pues la cosa se convierte en imposible.

Es bajo este escenario que, me temo, debemos tamizar las ofertas electorales de los distintos candidatos, desde el 6% de Alan García hasta el "facilísimo" de César Acuña. Ni será fácil ni será 6% en el mediano plazo. Por lo pronto, ojalá el 2016 sea como el 2015 y no peor.

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