notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Los malos policías, que abundan, aprovechan la placa (el símbolo de poder) para crearse ingresos paralelos, la mayoría de ellos enmarcados en las famosas coimas; otros, más avezados, van más allá: roban droga de carteles, asesinan a sueldo, capturan a pedido, y así. Depende mucho, por supuesto, de cuál es el rango y cuál es la unidad en la que trabajan. Por ejemplo, es conocido que quienes pertenecen a las unidades de investigación (con lo cual tienen acceso a escuchas, seguimientos, entre otros) terminan utilizando dichas prerrogativas para hacerles trabajos al gobierno de turno y/o a agentes privados.

Es obvio que si la Policía es percibida como corrupta por parte de la población, la percepción de inseguridad será aún mayor. No solo uno es víctima de la delincuencia y el crimen organizado, sino que debemos mantenernos callados por miedo a padecer peores momentos en manos de quien, en principio, debe otorgar protección y justicia.

Luchar contra la corrupción al interior de la Policía requiere pues, ante todo, de una persona honesta, pero ello no es suficiente. Tiene que ser honesto y valiente, tanto que ponga su cuello en bandeja a los poderes formados al interior de la entidad que debe limpiar. El caso colombiano es un ejemplo de esto: el (hoy famoso) general Óscar Naranjo decidió limpiar a su institución de los malos agentes y tuvo que conformar una unidad especializada que barriera la corrupción desde adentro. Eso está haciendo la actual gestión del ministro Basombrío, y eso es lo que le ha generado enemigos declarados dentro de la institución.

Mientras, ¿qué pasa en la Fiscalía y en el Poder Judicial? Poco o nada. El fiscal Castro, quien lleva las riendas del caso Odebrecht, pareciera estar más cerca de la empresa y de los corruptos que de la justicia. Y del Poder Judicial, ni qué decir. Sueltan a corruptos comprobados sin una mueca de vergüenza. Nuestras instituciones de justicia están enfermas y no hay doctor a la vista.